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El búcaro de barro

Insistencia canina

Insistencia canina

 

         No debía haber tratado a Damián de esa manera. Cuando la llamó para decirle que no podrían quedar esa tarde para salir, porque estaba a punto de realizar un gran descubrimiento, ella no aguantó más. Cierto que aquella insistente dejadez por su persona era fruto exclusivamente de su trabajo de investigación, pero estaba hastiada de toda la paciencia y comprensión que había desarrollado durante estos dos años que llevaba saliendo con él. ¡Y se lo había dejado bien clarito!

            Se despertó por la mañana con la sensación de haber dormido bien poco, abrumada por un duermevela en el que se habían mezclado, sus inquietudes, sus malos ratos y la cara dulce de Damián. Salió a la calle con gafas oscuras, más que por el sol por ocultar sus ojeras y a la puerta se encontró un perro de manchas marrones que agitó alegremente el rabo al verla. Le encantaban los animales y no pudo reprimir el acariciarle el lomo a aquel can que la miraba de ojos lánguidos. Se dirigió al Centro de Salud a por una receta, sin darse cuenta que era seguida por el can. “Señora, su perro no puede entrar”. “No, es mío”, repuso ella y el celador impidió el paso del animal. No tuvo que esperar mucho y con la receta de un antiinflamatorio entró en la farmacia cercana. “¡Qué perro tan gracioso!”, le oyó decir a la farmaceútica, una cuarentona de  pelo negro brillante y amplia sonrisa. Otra vez le había estado siguiendo. Al salir, intentó espantarlo con un grito y gestos, pero no lo consiguió.

            Tenía que llamar a Damián. ¡De eso nada! Tenía que ser él quien le llamara que era el culpable de todos aquellos desmanes de los que ella se lamentaba. Se dedicó a comprar ropa en varias tiendas y siempre que salía de alguna aquella mirada lánguida le aguardaba. En una de las mismas, incluso, se sobresaltó cuando vio aquellos ojos contemplando curiosamente su cuerpo desnudo, mientras ella se probaba un conjunto de lencería color champagne. ¡Se había colado por debajo de la puerta del probador! Empezaba a estar harta de aquella machacona presencia de cuatro patas que se había convertido en algo más insistente que su propia sombra. Al salir le tiró un zapato, recién comprado e intentó darle una patada que aquel perro evitó con habilidad.

            De pronto su corazón se acongojó, necesitaba ver los ojos dulces de Damián. Se dirigió a su casa, a ver si lo encontraba. Subió al primer piso y con una llave que llevaba en su bolso, abrió la puerta. A pesar de cerrarla con rapidez no pudo impedir que el perro entrara tras ella. No aguantó más, lo cogió entre sus manos, él se dejó hacer, abrió la ventana y lo arrojó a la calle. Cayó en el interior de un camión de matrícula griega que pasaba por la calle y que se alejó rápidamente. Ella se alegró de haberse librado de aquella incómoda presencia.

            En el interior del piso había un extraño silencio, abrió la puerta y entró en el laboratorio donde Damián hacía sus experimentos. Un matraz Erlenmeyer semilleno de un líquido verde esmeralda descansaba sobre un cuaderno medio abierto emborronado de fórmulas escritas con la letra de Damián. Súbitamente el título de la página atrajo su mirada.: “Fórmula para transformarse en perro”.

-¡Noooooooooooo! ¡Damián!-gritó, compungida y llorosa, mientras corría hacia la ventana.

 

1 comentario

Prometeo -

Muy bueno, directo y sencillo, con final, no por temido y esperado, de sorpresa...un abarzo