Blogia
El búcaro de barro

¿Sabe usted?

¿Sabe usted?

           Claro que me ve todas las tardes sentado en este banco. A esta hora echo un ratito aquí, viendo pasar a la gente.  Yo ya llevo viudo tres años y ¡qué insoportable se me hacía cada noche el meterme en unas sábanas solitarias! Pero un día estaba en una cafetería, cuando la vi sentada allí con una amiga. Yo la conocía desde que éramos muchachitos, ¡fíjese el tiempo que hará! Porque yo voy a cumplir ahora sesenta y nueve años. Pues como le decía, la vi en la cafetería sentada con su amiga, sabía que ella también estaba viuda y no sé cómo me atreví y le dije a ella: “¿Yo te gusto a ti?”. “Claro que sí, me contestó”. Y desde aquel día salimos juntos.

            El problema es que yo vivo con mi hija y mi nieto. Y es un tema que no puedo hablar con ella. Llevamos ya tiempo saliendo y ¿se cree que alguna vez mi hija me pregunta por ella? ¡Nunca! Todo lo contrario. Me dice que ni se me ocurra llevarla a casa. ¿Sabe usted lo duro que es eso de no poder meterla ni en mi propia casa?

            Yo no me aburro, por la mañana temprano salgo a comprar el pan y los mandaítos que me encarga mi hija, luego me doy una vuelta y luego paro un rato en el bar a charlar con los amigos. Pero no me gusta ir mucho, porque entre una cosa y otra, nos invitamos unos a otros y llego a comer más que alegrote.  Después de comer me quedo dormido en el sofá y cuando me espabilo me vengo para la calle y es cuando, como le decía, me siento en este banco, para distraerme tomando el solito, hasta que atardece.

             A esa hora me voy despacito, para disfrutar más de la espera, a su barrio, donde sé que ella estará a la puerta de casa jugando a la lotería con las vecinas. Cuando termina ese ratito, algunas veces me hace una tortilla y ya me quedo a dormir en su casa muy a gustito. Sabe usted lo que llevo peor? Lo que ronca, parece que tiene una trompeta metida en la nariz. Yo le tengo dicho, que si cuando se despierta ve que me he ido a otro cuarto es que no podía dormir con sus ronquidos. Dicen que hay métodos para no roncar. Sabe usted…de alguno?

(Una historia real que el otro día me contaba Antonio, que no se resigna a dejar de seguir queriendo).

3 comentarios

REUBEN -

Felicidades al autor o autora, una sensibilidad exquisita !

Teresa -

¡Qué tierna esta historia! Y una sensibilidad admirable la tuya para con las personas a quienes siempre estas dispuesto a escuchar amablemente. Gracias por compartirla.

Nanny Ogg -

Una bella lección para aquellos que aún se empeñan en ponerle límites al amor :)

Besos