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El búcaro de barro

Muerte en las islas

Muerte en las islas

          Tras ese buen sabor que me dejó la lectura de la primera novela del comisario Dupin, El misterio de Pont-Haven, no es extraño que esperara el siguiente episodio de sus aventuras, que desde luego no me ha decepcionado en absoluto. El autor, que firma con el seudónimo de Jean-Luc Bannalec, es Jörg Born es un editor alemán, nacido en 1966, traductor, crítico literario y escritor.

       En este caso, el comisario Dupin, parisino afincado en Bretaña, tiene que abandonar uno de sus imprescindibles café para acudir a las próximas y paradisíacas islas Glénan, que es donde se va a desarrollar toda la trama.  Tres cadáveres aparecen en la playa y lo que a primera vista parece un accidente consecuencia de una tormenta, empieza a complicarse a medida que avanza la investigación de Dupin y su equipo.  

           El comisario es un personaje peculiar, reflexivo y gruñón al mismo tiempo. El móvil es su gran instrumento de trabajo, con la inapreciable ayuda de su secretaria y las llamadas perdidas, que habitualmente no coge, del prefecto. Se desvive por un café y a pesar de tener una cierta nostalgia de la vida parisina, se le nota adaptado a una región, donde aunque no lleve muchos años, siempre se es un “recién llegado”. Una vez  más la novela además de que atrapa con su argumento y el retrato de sus personajes, despierta el atractivo hacia la geografía, la cultura y la historia de la Bretaña y en este caso concreto las islas Glénan, de las que nunca había oído hablar y de las que buscando información me he quedado asombrado por su peculiar belleza salvaje. Aparte del hecho geógrafico, la gastronomía es otro de los atractivos que desfilan por estas páginas. Escrita de una manera que hace fácil su lectura, no apagan las ganas de seguir leyendo las futuras historia de Dupin.

      “Así eran las cosas en la Bretaña. Debajo de lo cotidiano y natural actuaban fuerzas oscuras, y cualquier sitio tenía sus propias historias sobrenaturales. Aunque los bretones se reían de sí mismos (y Dupin no conocía ningún pueblo que se riera con tanta fuerza y desenvoltura de sí mismo), las risas enmudecían al instante cuando se contaban esas historias. Todo parecía muy real, estaba muy arraigado. Lo sobrenatural había sido la manera más normal de percibir el mundo durante milenios. ¿Acaso iban a cambiar las cosas ahora de repente, solo por estar en el sigloXXI?”.

 

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