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El búcaro de barro

El corazón del árbol solitario

El corazón del árbol solitario

      Este libro está planteado como muchas historias de amor. Amor a una tierra, Camboya, y a los más necesitados. Nos relata la historia de Enrique Figaredo, Kike, pero además en ella aparece acompañado en su camino de muchas otras personas con nombre propio. La historia está escrita por José María Rodríguez Olaizola, jesuita, sociólogo y escritor que ha compartido un tiempo con Kike en aquellas lejanas tierras.

     Kike nació en Gijón en 1959. Siente la llamada a la vida jesuita y tras sus primeros años de formación se marcha, en primer lugar a los campos de refugiado de Tailandia y luego a Camboya. En este país donde, durante muchos años, ha desarrollado una inmensa labor, siendo nombrado obispo. Ha sido el artífice de que en un  país en el que hay miles de mutilados como consecuencia de las minas, estos puedan tener una vida diferente gracias a sus sillas de ruedas. Hoy Kike es conocido en todo el mundo como “el obispo de la silla de ruedas”.

       A través de sus páginas descubriremos el camino seguido por él. Un camino no siempre fácil, pero sí ilusionante. Su lectura hace pensar y no deja pasivo, si estamos abiertos nos contagiará de sus sueños y el entusiasmo de su experiencia.

    “El reto, enorme, que tenemos es ir mucho más allá. No ser tan solo gente que se conmueve ante una historia que nos lleva casi hasta las lágrimas, porque conjuga al tiempo dolor e infancia, pero que luego olvidamos. La sensibilidad y la capacidad de conmovernos ante el dolor de los más pequeños, de los niños, es algo necesario, pero no es suficiente. Si nuestra mirada se queda tan solo ahí, en el corazón encogido y el lamento por lo que no debería ocurrir, no basta. Necesitamos que estas historias echen raíz en nuestra entraña, para generar respuestas. E incluso esto es insuficiente, si solo nos ponemos en marcha ante las cosas de niños.

Necesitamos romper la burbuja de lo emotivo y lo infantil para vibrar –y responder- ante todo sufrimiento injusto, ante toda tragedia ajena, ante todo grito de auxilio. He ahí el camino de la compasión verdadera.”

 

 

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