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El búcaro de barro

De reconocimiento médico

De reconocimiento médico

                 Una vez al año acudo al reconocimiento médico de empresa y hoy ha sido ese día. Tuve que madrugar más de la cuenta y coger el autobús, porque me supone desplazarme unos cincuenta kilómetros hasta donde está el Centro Médico.  La hora es tan tempranera que puedo disfrutar del espectáculo, siempre hermoso, del amanecer a través de la ventana. Llego justo cuando están abriendo la puerta y en pocos minutos un enfermero de aspecto circunspecto me da un pinchazo en el brazo, que apenas noto, para extraerme sangre.

                A continuación entra la enfermera para decirme que me vaya quitando la camisa y me tumbe en la camilla para hacerme un electrocardiograma. Me tumbo en la camilla y como suele ser habitual, debido a mi altura, los pies quedan colgando.  Me coloca ventosas sobre mi pecho, conecta los cables y, tras impregnarlos con alcohol, pinzas sobre mis muñecas y tobillos. Le da al botón y veo que empieza  a poner cara rara, dice que hay unas interferencias en mis extremidades. Repite la medida y vuelve a ocurrir lo mismo. Le digo que eso mismo me ha pasado en los electros de los últimos cuatro años lo que parece tranquilizarla, recorta el papel para dárselo al médico.  A continuación quitarme los zapatos y subirme al peso para peso y medida. Teóricamente, para tomarme la altura, ella tenía que bajar hasta abajo el aparato de medida para que estuviera sobre mi cabeza, pero como no le daba la altura tuve que ser yo quien me lo colocara. Luego una espirometría. Nunca he entendido esto de coger aire con una pinza en la nariz, soplar y encima me entra tos con lo que casi me atraganto. Me visto, al fin, y me voy a desayunar.

                Al rato vuelvo al reconocimiento con el médico. Llega ese momento malo en que te dice que has engordado respecto al año pasado, con un cierto sonrojo por su parte, cuando desde lo alto de su oronda barriga dice que no es el más indicado para criticarlo.  Dobleces de cuellos y extremidades, ejercicios con los ojos, audiometría… Me dice que me quite la camisa para auscultarme, luego que me quite los pantalones y los zapatos y me tumbe en la camilla. Sigue su exploración hasta que me dice que puedo vestir. Me mandará el resultado de los análisis.

                Tengo tiempo hasta la siguiente consulta, la del urólogo y me llego a ver a mis compañeros que trabajan en esta ciudad. Saludo a un ATS que trabaja allí y le comento lo del electro y las interferencias. Te voy a hacer uno, me dice, quítate la camisa. Otra vez sobre una camilla: cables y pinzas. Y en cuanto empieza a hacerlo, me dice que, efectivamente, están saliendo unas interferencias sobre el papel. Ahora en vez de alcohol, me impregna con un gel, repite prueba y ocurre lo mismo. Es la primera vez que veo esto, me dice, enséñaselo al médico a ver que te dice, aunque seguramente te dirá que te lo hace él. Me visto y voy a ver al médico a su despacho y desconfiando del electro, efectivamente, me dice que me lo hace él. De nuevo, me quito la camisa (he perdido la cuenta de cuántas veces van) y me tiendo sobre la camilla. Pinzas y cables de nuevo, botón del electro e interferencias que vuelven a salir. Me dice que me relaje, estoy muy relajado a pesar de tanta repetición, que me saque las llaves del coche, cosa difícil por haber venido en el autobús, que me quite las gafas, que me quite el reloj, el cinturón y que me descalce (parece que voy a pasar el control de seguridad de un aeropuerto). Otra vez al botón y siguen saliendo esas interferencias. Al final se le ocurre que eso de que mis pies estén colgando de la camilla, puede ser la causa, como la camilla no se puede estirar, soy yo el que tengo que subirme aunque la cabeza se me salga un poco por arriba y parece que las interferencias ahora se reducen, por lo que parece que la probable causa era la leve tensión muscular de los tobillos colgando en el aire. Me vuelvo a vestir y con mi flamante electro me despido de mis compañeros para volver al centro médico para la consulta del urólogo.

                Me saluda efusivamente y me lleva a sala de exploración. Me dice que me baje los pantalones, me siento en una silla extraña y con un extraño mecanismo me levanta las piernas hacia arriba. Me pringa toda la barriga con un líquido pringoso y empieza a manejar el ecógrafo para observar mis riñones. En la pared, frente a mis ojos hay una televisión que yo pensaba que podría ser para distraerse uno, mientras el médico se dedicaba a lo suyo, hasta que me dijo, observa que bien está el riñón. Yo veía unas sombras con distintos grises y me asombraba de la capacidad visual del especialista. Terminados los riñones, vino algo peor, ahora me dice que me baje pantalones y calzoncillos y me vuelve a pringar con ese líquido pegajoso, que ahora además noto que está helado y otro rato de observación ecográfica por lugares tan íntimos mientras yo sólo sigo viendo sombras en la televisión. Todo bien…ufff! Qué alivio! Deshace el mecanismo y me puedo bajar de la silla pero antes de que me dé tiempo a inspirar con tranquilidad me advierte que no me suba los pantalones y me dé la vuelta. No te preocupes que es con lubricante. Cierro los ojos y no pienso en nada, aguantando la respiración durante varios minutos, hasta que me dice: todo perfecto! Puedes vestirte. Ahora sí que poco a poco, recupero la respiración con sincero alivio. Me visto y nos despedimos.

                Salgo corriendo porque el autobús está a punto de salir en diez minutos, llego sudando a pesar del frío, compro el billete y me siento en el asiento. Como un reflejo me palpo el pantalón a ver si tengo puesto el cinturón o me lo he dejado en cualquiera de los múltiples sitios por los que he pasado. Lo tengo puesto!  Mientras miro por la ventanilla, pienso que prefiero mucho más un día normal de trabajo a ese ajetreo médico de días como el de hoy.

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