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El búcaro de barro

Comida campestre

   Dicen que los primeros años de vida condicionan, en mucho, el carácter de los seres humanos. Yo nací en una ciudad con una configuración muy original, donde no había manera de encontrar el campo en ella, a excepción del campo de fútbol, ni en los alrededores. Estaba, cual una isla, rodeada de agua por todos lados que estrangulaban un posible crecimiento y sólo una lengua estrecha de tierra la unía a la península ibérica. Tardé años en ver mi primera vaca y eso fue un día en un autobús a varios kilómetros de donde yo vivía. Por tanto no se puede decir que tenga mucha relación con el medio agrario. Sí me han gustado las excursiones campo a través, pero nunca me ha gustado especialmente eso de las comidas campestres.

    Vaya aquí esta breve introducción para poder entender que no me sentí demasiado a gusto cuando ayer, unos amigos, nos invitaron a una comida campestre. Primero fueron los preparativos. Llevar ropa como para ir de campo, nos dijeron. Como era la primera vez que iba ¿qué ropa se lleva al campo? Traeros sombrillas y butacas de playa, añadieron. Pero ¿en el campo se pueden clavar las sombrillas? ¿Y los árboles? Y las butacas de playa yo en la playa siempre sé como colocarlas: mirando al mar. Pero en el campo ¿hacia donde se dirigen?¿hacia el poniente? Bueno ya decidida la intendencia y el maletero saturado de múltiples artilugios y bolsas venía la segunda parte, encontrar el campo. Quedamos con otros amigos para perdernos juntos, porque tampoco tenían mucha idea. Cerca de las dos y media estos no habían aparecido y yo y mi estómago teníamos nostalgia de un sábado normal en que a esa hora ya estaría descansando en el sofá tras haber comido. Al fin aparecieron ellos y  mi alergia, mis ojos empezaron a escocerme y mi nariz me obligaba a conducir con una mano en el volante y la otra en el pañuelo. Temía que en cualquier momento me parara la guardia civil por asimilar el pañuelo a un móvil. Abandonamos la carretera normal y nos metimos por caminos llenos de agujeros que no permitía pasar de la segunda marcha y de una estrechura que sólo permitía circular en una dirección. Afortunadamente no encontramos ningún coche de frente ¿porque qué hubiéramos hecho? Llegamos a un camino que se bifurcaba, allí nos paramos hasta tres coches. Nadie llevaba GPS, menos mal porque si alguno lo hubiera llevado en aquellos caminos se hubiera vuelto loco. Finalmente nos rescataron de aquel perdido lugar rodeado de viñas y amapolas y llegamos a lugar de la comida.

     Este es un terreno arenoso y con hierbas y plantas variadas, pues no tiene ninguna edificación. En medio colocadas varias mesas de playa y cuatro sombrillas en las que se acumulaba el personal unos 20 adultos y sólo veintitantos niños, teniendo en cuenta que la mayoría de los adolescentes se habían escaqueado de la comida. Tras asentar nuestros variados trastos y múltiple esfuerzo de horadar aquel suelo para poner nuestra sombrilla logramos sentarnos y poco a poco calmar un hambre que ya estaba creciendo más de la cuenta. La comida abundante, ensaladas, y barbacoa funcionando a destajo: carne, hamburguesas, chorizo, salchichas... conclusión: en poco más de una hora cayeron por tierra las consecuencias beneficiosas de dos semanas de gimnasia. La alergia en aquel paraje campestre migró de mi nariz a mis ojos. Y me pasé todo el resto de la tarde con los ojos encogidos por el picor. De la silla de playa en la que estaba me moví poco, no confiaba mucho en su estabilidad y temía que un movimiento brusco me llevara con mis huesos a la hierba. Cuando me levanté fue para una clase práctica de agricultura, vi plantas que en mi vida había visto y pude ver como mi amigo, de férreas raíces agrícolas, sacaba hábilmente con el azadón unas orondas patatas de la tierra y extraía unas hermosas y carotenadas zanahorias.

     Cuando ya el sol empezó a descender y el cielo se envolvió de colores pasteles, decidimos volver. De nuevo autocross por aquellos caminos intransitables de manera que cuando llegamos a la conocida  carretera estrecha habitual me pareció una autopista. Tras darme una ducha en casa y sentarme en un sillón di un suspiro de alivio...no estoy hecho para estas comidas campestres.

2 comentarios

superlexy -

Anda que no ! Que dificil se nos hace un dia de campo a los que estamos acostumbrados a la city eh?
Pero te acostumbrarás a respirar aire puro .. verás!!
Un besito

Gatito viejo -

Tampoco yo soy muy gato montés. Las comidas campestres no me van mucho precisamente por la parafernalia que se monta. Están bien ssólo de vez en cuando. Saludos y a echar más horas de gimnasio para bajar todas esas calorías