EL ESTALLIDO
El permaneció quieto e impávido cuando Ella lo vio. El estaba acostumbrado a guardárselo todo, a encerrarse en sí mismo y ni percibiendo la proximidad, para muchos inquietante de Ella, su actitud cambió. Ella lo observó curiosa, pestañeando de una forma sensual, que a nadie podría pasar inadvertida. Sus labios envueltos en un brillo levemente rosado, esbozaron una sonrisa picarona. Todo su cuerpo empezó a contonearse de forma sinuosa hasta llegar a donde El estaba.
El, si se percató de algo, lo disimuló muy bien permaneciendo absolutamente estático, incluso cuando los largos y afilados dedos de Ella, coronados por uñas rojas y cuidadas, abrazaron su piel oscura y brillante. Ella lo asió con esa firmeza propia de quien no quiere dejarlo escapar e inició un agitado movimiento de vaivén, sin marcha atrás. Entonces fue cuando El no pudo aguantar más y explotó. El tapón de El, champagne, rebotó contra el techo y la catarata espumosa que brotó salpicó completamente el vestido de Ella.
Ella con esa alegría que da cuando se va por la segunda botella, lo acercó sus labios y el resto del champagne se deslizó lentamente acariciando su garganta. Mientras, su vestido mojado iba pegándose a su cuerpo y destacando lo más dulce y elaborado de sus modeladas formas.
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