Blogia
El búcaro de barro

Una impaciente duermevela

          La oscuridad fue devorando las últimas luces del día cuando Él silencioso entró en la habitación. La descubrió en aquel lugar, como imaginaba, estática y tumbada cuan larga era. Con un paso, a la vez, osado y vacilante se acercó a Ella. Sintió cómo un deseo creciente de poseerla le iba embargando. Se aproximó a Ella disfrutando de su contemplación. La blancura de la piel de Ella actuaba como señuelo en aquella creciente penumbra. Las manos de Él rodearon a Ella, que seguía silenciosa, y, entonces, por primera vez sintió el contacto de su piel lisa y sin arrugas, levemente fría, pero Él sabía como calentarla. Mientras pensaba en ello se sintió tremendamente excitado, tanto que no prestó oídos a aquellos pasos que rápidamente se acercaban por atrás. La puerta se abrió súbitamente y Él, sorprendido, quedó paralizado, inundándose de luz la sacristía.

          -Te he dicho muchas veces que dejes la vela quieta, cuando seas mayor te dejaré encenderla-le espetó el irascible sacristán a aquel impaciente monaguillo.

2 comentarios

abril -

Buenisimo, de verdad me has dejado sorprendida, es que los finales inesperados son los mejores.
Mil besos.

sol -

:), qué chulo!