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El búcaro de barro

Una cita anual

Una cita anual

            Él notó una cierta inquietud al despertar y ese nerviosismo que le provocaba siempre su cita con Ella. Tras un frugal desayuno se dirigió a la casa de Ella. Al llegar a la puerta miró el reloj, las once, había  llegado puntualmente y le dolió que Ella no estuviera allí para comprobarlo. Tras unos minutos Ella apareció, como siempre, a un paso tan rápido que creaba ondas en el aire con la melena negra que caía sobre sus hombros. Ella abrió la puerta y pasaron al interior. El olor que flotaba en el aire le evocó otras citas anteriores.

            Ella le dijo que se quitara la camisa y los pantalones y que se tumbara. Él era  consciente de que Ella no se andaba con preámbulos y en el fondo le gustaba,. Cerró los ojos como si las sensaciones que sabía que iba a vivir le invitaran al relajamiento y se sintió observado por la mirada escrutadora de Ella, que imaginó transitando por sus ocultos rincones. No fue capaz de saber qué tiempo duró eso, perdió la noción del mismo. Despertó de aquella evanescente nube, cuando escuchó la cadenciosa voz de ella diciendo que se quitara los calzoncillos. Siempre, llegado este momento, se sentía azorado por su desnudez, pero sólo fue un instante, se estaba acostumbrando a que aquellos ojos azules de largas pestañas aterrizaran periódicamente sobre su piel.

            Seguía con los ojos cerrados, cuando sintió los dedos hábiles de ella recorriendo su sexo, primero, los entreabrió y observó cómo, ahora, toqueteaban sus testículos y fue cuando le escuchó esas palabras que rompieron el silencio de la habitación:

-Tienes unos testículos estupendos.

            Él no pudo menos de sonreír ante tan taxativa afirmación, no porque lo sintiera como un piropo, sino porque le gustaba el tono que ella empleaba. Ella siguió hurgándolos hasta que pareció despertar de un sueño y en aquella postura de calzoncillos caídos le conminó a que apoyara sus codos y le brindara sus nalgas. Él se sostuvo como pudo, lo que provocó una leve oscilación a su cuerpo, no quería imaginar la visión  escatológica de la que estaría ella disfrutando. Escuchó el rumor del gel, como siempre la delicadeza era una de las características de ella y no tardó mucho en sentir como lo penetraba hasta ese punto que él pensaba intocable. La sensación fue extraña, sorpresiva como otras veces, algo molesta y sobre todo peculiar por sentirla a Ella tan dentro de sí. Ella salió suavemente de aquella angosta cavidad, mientras él notó humedades por distintas partes de su cuerpo. Se secó con un papel que Ella le alargó y procedió a colocarselos, primero los calzoncillos y luego el pantalón, en su sitio.

-Todo estupendo- le dijo ella sonriente, repitiendo aquel vocablo que tanto le gustaba escucharle. Y esbozó aquella sonrisa que, a estas horas, él tanto agradecía tendiéndole una mano cálida para decirle adiós.

   Bajó las escaleras con las piernas algo descompensadas por aquella reciente inoculación de Ella y salió contento a la brisa de la mañana. Ya no tendría que volver a ver a su uróloga hasta el año que viene. ¡Uff!

 

4 comentarios

Miroslav Panciutti -

Ya me gustaría a mí que esta isla en la que vivo hubiera urólogas, pero no ...

Darilea -

jeje Me gusta esta forma que tienes de darle la vuelta a la tortilla.
Besitos Darilea

Tejedora -

A medida que iba leyendo este relato, notaba que tomaría este final.
Besitos, Búcaro.

Teresa -

De haberme dedicado a alguna rama de la medicina, te aseguro que no habría elegido jamás la urología. Vaya forma de tocar los cojones!