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El búcaro de barro

Brooklyn Follies

Brooklyn Follies

            Nathan después de haber sobrevivido a un cáncer y tras su divorcio decide instalarse en Brooklyn, donde pasó su infancia. Ahora que no necesita ganarse la vida decide escribir allí El libro de la locura de los hombres. El protagonista nos va narrando las cosas que le van pasando y sus encuentros primero con una simpática camarera en el bar que frecuenta y luego en una librería de segunda mano donde conoce al dueño un culto homosexual y donde trabaja su sobrino Tom con quien se reencuentra después de muchos años.

 

            Aquel pequeño universo, que probablemente se podría dar en cualquier lugar, empieza a poblarse de personajes, las vidas se entrecruzan y con ellas los sentimientos. El protagonista va descubriendo que ha llegado a este sitio, más que a morir, a vivir.

 

 La prosa de Paul Auster atrapa desde el principio y hace grata la lectura de esta novela.  Como ejemplo pongo de muestra un par de párrafos que me gustaron:

 

“Hora del almuerzo. Estamos los cuatro sentados a la mesa del comedor, comiendo fiambres, frutas y queso. Ahora que ha levantado la niebla, el sol entra a raudales por las ventanas abiertas, y los objetos de la habitación parecen más definidos, más vívidos, más llenos de color. Nuestro anfitrión desahoga sus penas con nosotros, pero yo me siento increíblemente feliz por estar donde estoy, dentro de mi propio cuerpo, mirando las cosas que hay sobre la mesa, notando cómo el aire entra y sale de mis pulmones, saboreando el simple hecho de estar vivo. Es una lástima que se acabe la vida, digo para mí, qué pena que no podamos vivir para siempre”.

 

“Las relaciones sexuales entre gente mayor pueden pasar por situaciones molestas o de cómica indolencia, pero también poseen una ternura que suele escapársele a los jóvenes. Pueden tenerse los pechos caídos, o la picha pendulota, pero la piel sigue siendo piel, y cuando alguien que te gusta te acaricia, te abraza o te besa en la boca, te sigues derritiendo de la misma manera que cuando creías que ibas a vivir eternamente. Joyce y yo no habíamos llegado al diciembre de nuestra vida, pero no cabía duda de que mayo quedaba bastante atrás. Lo que compartíamos era una tarde de últimos de octubre, uno de esos luminosos días de otoño con un vívido cielo azul, un aire fresco y tonificante, y un millón de hojas aún adheridas a los árboles: marrones en su mayor parte, pero todavía con suficientes tonos dorados, rojizos y amarillos para tener ganas de estar al aire libre lo más posible”.

4 comentarios

melytta -

Son unos párrafos muy hermosos.
Suelo hacer eso que hoy haces tú. Siempre hay un fragmento del libro que leo que hará que lo recuerde...
Acabo de terminar La fortuna de Matilda Turpín de Álvaro Pombo, dentro de unos días colgaré mi trocito, pero esta vez ha sido muy extraño porque el que creía que me definía todo el sentido del libro al final resultó que un personaje me lo cambió todo. Ha sido una lectura un poco agria.

Me gusta ese personaje que disfruta sólo con el hecho de estar vivo, me identifico con él.
Un abrazo

Flaca -

No lo he leído, pero lo que nos diste de muestra, habla por sí solo...

Besines!

francisco aranguren -

A mí lo que me gusta de este libro es que el personaje ya no espera nada, no espera que cambie nada en su vida, y es en ese momento que parece el final cuando empiezan realmente a pasarle las cosas fundamentales, sobre todo, cuando él empieza a ser fundamental en la vida de los demás, ejerciendo un efecto salvador, ni siquiera desde una bondad propuesta, sino limitándose a seguir adelante, con la naturalidad precisamente del que no espera nada (y acaba consiguiendo la felicidad). Esto -creer en que lo más importante de nuestra vida puede estar ahí al lado, en que lo que queda de vida puede ser cosecha de felicidad- es algo difícil cuando parecemos estancados, cuando parece que lo mejor ya pasó y todo va a seguir más o menos igual. Pero está esa magia de la vida para sorprendernos, si nos dejamos serenamente continuar vivos. Un abrazo.

Gatito viejo -

Muy bien elegidos los fragmentos. Leer a Auster siempre es tan agradable...
Saludos