La prima Vera
Aún resuenan en mí, tus ahora lejanas palabras. Cuando escribías, aquellas líneas cobraban vida y asperjaban sobre mi espíritu esas gotas vivarachas como las del rocío que reciben las flores al amanecer. Tu ansia de vida se reflejaba en cada recoveco del texto y tu indisimulada pasión se transmitía al que tenía la fortuna azarosa o rebuscada de encontrarse con tus letras. El que caía en tus redes difícilmente se libraba y la adicción a aquellos surcos ardientes no dejaba que se pudieran olvidar con facilidad.
¿Qué te ha pasado? Hoy hablé contigo, Vera, sorprendido al leer tu último escrito. ¿Último significa definitivo? Se notaba el esfuerzo sobrehumano que habías desarrollado para trazar unas ideas asépticas, desinfladas y al borde de la desintegración. Y fue, cuando me comentaste, que este tiempo y las circunstancias que ahora te rodean habían convertido tu vida cotidiana en una línea semejante a la de un encefalograma plano. Que tus dedos parecen haberse quedado anquilosados y carecen del riego sanguíneo necesario que los transforme en vivarachos sobre el teclado. Que estos días precursores del estío acorchan tu ánimo griseando tus días. Tu ansia por las letras se ha convertido en un recóndito recuerdo que te duele y no asimilas. Y lo peor es, no que no sepas que escribir sino, que aquella ansia de transmitir tus vivencias se haya difuminado hasta el punto de pensar que careces de ellas,
Por eso querida prima, espero que una vez superada esta época de astenia recuperes con el verano esa vida floreciente que no logras del todo ocultar y que este tiempo de pre-estío te ha negado.
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