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El búcaro de barro

Escribiendo

Dibujando del natural

Dibujando del natural

          Se sentía un poco nerviosa, era la primera vez que dibujaba un cuerpo desnudo del natural. Estaba en el dormitorio que compartían. La luz de amanecida atravesaba los visillos y se desparramaba sobre aquel cuerpo desnudo, que tan bien conocía, y que le serviría de modelo.

         Retiró su ropa interior del sillón para sentarse con su cuaderno abierto sobre sus muslos, también desnuda, para solidarizarse en sensaciones. De su cartuchera sacó un lápiz HB. Éste le vendría bien para hacer ese dibujo, que iba a resultar inolvidable. Aspiró el olor a madera del lápiz y no pudo dejar de evocar sus años escolares.  Le gustó el ruido que provocaban sus dedos en la cartuchera, le recordaba al ritmo de la bachata: uno, dos, tres, cuatro…, buscando el sacapuntas. Lo encontró en el fondo y sacó punta al lápiz hasta conseguir que no tuviera más grosor que un pelo, como le decía, machaconamente, su profesor de dibujo.

         Posó su mirada sobre el cuerpo desnudo que se le mostraba desde el colchón, se regodeó en aquellas formas masculinas por la que sus dedos, como si fuera un camino de peregrinación, habían recorrido kilómetros. Tengo que mirarlo con ojos de artistas, pensó. Y calculó la manera más adecuada de encuadrar aquel cuerpo dentro del papel, todavía en blanco.

         Las primeras líneas de grafito  abocetaron sutilmente la figura sobre el papel. Tras engarzar las líneas principales de la figura, empezó a esbozar, someramente, las distintas partes de su anatomía. Le gustaba el orden y empezó por dibujar la mata de pelo ondulado que descansaba sobre la almohada. Parecen olas espumosas, pensó al dibujar las primeras líneas, pero dejaron de parecer espumas en cuanto las fue oscureciendo. Diseñó las cejas y delineó sus párpados cerrados a través de los que asomaban unas largas pestañas negras, que desde que lo conoció, siempre la habían seducido. La nariz firme y un tanto aguileña brotó en el papel. Los labios entreabiertos dejaban adivinar sus dientes. Intentó darles esa carnosidad que ella, muchas veces, había degustado con fruición, pero no terminaba de lograrlo. Tuvo que sacar la goma blanca y borrar hasta tres veces, insistió y al fin sonrió con casi el mismo tipo de postura de aquellos labios, si es que se podía decir que estuvieran bosquejando una sonrisa…

         El cuello ligeramente inclinado hacia un lado.. Empezó con el hombro izquierdo, eran brazos poco musculosos pero bien torneados. Delineó con delicadeza el escorzo que provocaba el brazo doblado acabado en la mano, que bajo su sombra ocultaba la redondez de su ombligo. Dibujó muy lentamente la mano, las falanges de aquellos dedos largos que tanto le habían provocado. Perfiló las uñas y procuró insuflarle vida a aquella mano a través de sus pliegues. Se felicitó por el resultado y se fue  al otro hombro. A través del la parte superior del brazo asomaba el vello negro de su axila, que ella oscureció con su grafito. Éste brazo caía a lo largo del colchón hacia fuera y la mano, con los dedos juntos y curvados hacia arriba, le semejó la forma de la mano que ella ponía, en aquellos días de calor sofocante veraniego, para beber agua de la fuente de la plaza del pueblo. Una simple sombra bajo la mano le sirvió para indicar que descansaba sobre el suelo.

         Dio forma a su pecho y a su barriga, se detuvo en ella, decididamente tomaba mucha cerveza. Ni siquiera la postura horizontal le hacía disimular aquellas bruscas ondulaciones que le provocaba la grasa allí acumulada. Detuvo su mirada en su pene que se curvaba semi oculto por el matojo negro del pubis. ¡Qué diferente ahora de cuando estaba el plena euforia! Mejor no pensar en ello. Terminó de ennegrecer el vello y pasó a la pierna izquierda. Le costó trabajo y varios borrados de goma el lograr la adecuada perspectiva de la pierna, era complicado porque tenía que destacar el pie y la pierna prácticamente no se veía. La pierna derecha fue algo más sencilla de dibujar, gracias a la leve inclinación que tenía, lo que originaba que la postura fuera menos compleja. Le costó especialmente la articulación de los dedos de los pies, pero una vez terminado acabó satisfecha del resultado.

         Ya dibujada la figura, se dispuso a dar las sombras correspondientes,  como si jugara con las luces que iluminaban el cuerpo desnudo de su modelo. Con la creciente habilidad que le habían dado muchos años de práctica, las sombras con mayor o menor energía elaboraron tan artísticamente aquella figura que parecía surgir de la hoja en blanco. Parecía como si de un  momento a otro fuera a levantarse… Una nube negra pareció surcar su pensamiento y sus cejas se fruncieron.

-¿Levantarse?-pronunció esta palabra en voz alta.

-¡No!- gritó-no se volverá a levantar.

         Atropelladamente se dirigió hacia la cartuchera. Me falta colorear, pensó. Comenzó a sudar. Notó sus axilas muy húmedas. De nuevo, le resonó el ritmo de la bachata: uno, dos, tres, cuatro…hasta que apareció el rotulador que buscaba. Una mancha roja cubrió el pecho de aquel dibujo y unas líneas que brotaban de una raja, exactamente igual a la que tenía el modelo.

        Lo que no dibujó fue el cuchillo que estaba en el suelo, manchado de sangre y fuera del encuadre. Instantes antes, en cuanto se durmió, se lo había clavado en el pecho. Ya no volvería a violarla más, como lo hizo tantas veces en los últimos años. Aquel día del caluroso verano, decidió redimirse del sufrimiento oculto de tantos años, sin pensar que las clases de dibujo iban a ser el medio para ello.

Dejó su obra, ya terminada, sobre la mesa de noche y, a través del móvil, llamó a la policía. Cuando llegaron, tras examinar el lugar, le pusieron las esposas. Antes de salir por la puerta echó una última mirada al dibujo que, tan fielmente, retrataba la escena de aquel crimen. Entonces, se dio cuenta de un terrible olvido: ¡no había firmado el dibujo!

La ventana

La ventana

No sé desde cuando nos empezamos a saludar, hace ya algunos años, cuando nos cruzábamos al ir a comprar el pan. Su cuerpo menudo, coronado con un cabello blanco, como dicen que es la nieve, que nunca hemos visto por aquí. En su rostro surcado por arrugas y ajado por los años, destacan unos ojos luminosos, que observan con mirada aguda a ambos lados de una nariz ganchuda. Siempre a su lado, su mujer, bajita y oronda, agarrándolo por el brazo, acompañando sus pasos como si de una sombra perenne se tratara y, al cruzarnos, el saludo amigable de buenos días acompañado de una amplia sonrisa.

Un día al verlo tras la ventana de una planta baja, me di cuenta de que vivía muy cerca de donde yo vivo. Cada vez que pasaba por delante de aquella ventana, sentado en la penumbra la habitación, lo veía sentado en un sillón al lado de la ventana, mientras en su figura se reflejaban caprichosamente las imágenes de la televisión encendida. En el sillón de al lado, siempre, su esposa.  Salvo cuando los veía por la calle con aquel paso lento, siempre estaban en aquella sala, en la que se adivinaba esa placidez, sin prisas, que se gana con el transcurrir de los muchos años.

Así pasaron muchos meses, hasta que un día pasé por delante de la ventana y vi aquel sillón vacío, la mujer seguía sentado en el suyo. Me fijé especialmente desde ese día y la ocupación de aquellos sillones permanecía invariable. Días más tardes, me crucé con ella sola más pequeña que nunca, que caminaba muy despacio camino de la panadería y desde entonces ya supe que él nunca más volverá a saludarme por la calle. 

 

75 años

75 años

    Tal día como hoy se celebra el setenta y cinco aniversario de la muerte del gran poeta Antonio Machado en la ciudad francesa de Colliure. Allí había llegado unas semanas antes con su madre Ana Ruiz y su hermano, huyendo al final de una guerra que se había vuelto contra ellos y contra tantos miles de españoles. Allí se alojaron en el hotel de la familia Quintana y a las cuatro de la tarde del 22 de febrero, como consecuencia de una neumonía, falleció. Cuando su hermano José metió la mano en su bolsillo, encontró sus últimos versos: "estos días azules y este sol de la infancia". Su madre  murió tres días después. En su retrato escribe sobre su último día:   

 Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

En 1975 en el colegio mis compañeros de Letras hicieron un homenaje a Antonio Machado con motivo del centenario de su nacimiento, al que asistí participando de la escucha de sus poemas y con un montaje de diapositivas de aquellos campos de Soria a los que cantó el poeta. Me gustó y empecé a leer su poesía y sobre todo a conocer la tierra castellana a través de sus versos, en una antología que durante muchos años fue mi libro de cabecera. Al año siguiente cuando conocí Castilla, en la que viví durante cuatro años, me di cuenta que era tal como me había hablado Antonio Machado de ella y no me costó enhechizarme de aquel paisaje infinito de trigos y encinares. 

Una comunidad 2.0

Una comunidad 2.0

   Tras alborear aquella mañana de Reyes, aquellos ocho frailes con ilusión casi infantil se dirigieron presurosos a la sala de comunidad a desenvolver sus regalos. Todos los paquetes eran exactamente iguales: de forma rectangular y envueltos primorosamente en un papel de regalo  de color azul con rayas amarillas. Aquellos envoltorios fueron rasgados al unísono, sonando algo parecido al rumor de  unos truenos lejanos.

-¿Qué es esto?- dijeron varias voces, para todos era un sorpresa menos para Fray Alberto el superior, que era el artífice de aquel original regalo.

-Es una tablet- respondió entusiasmado Carlos el novicio, que hasta unos meses antes de su ingreso en el convento había sido un activo hacker.

-Es una tablet- confirmó Fray Alberto-tenemos que modernizarnos en el convento y estar atento al fenómeno de internet.

-¿Una tablet?- dijeron sorprendidos las seis voces a coro.

-Es como un ordenador pero más sencilla de usar. Ya veréis lo práctica que nos va a resultar-  justificó Fray Alberto.

             Y tras el desayuno, Carlos procedió con una limitada paciencia a enseñar el funcionamiento de aquel extraño aparato a sus compañeros. Cuando la paciencia flaqueaba, especialmente con Fray Ezequiel que pretendía pintar encima cual si una pizarra se tratara, Fray Alberto animaba a Carlos indicándole que “enseñar al que no sabe” es una de las obras de la misericordia. Poco a poco, a lo largo del día, casi todos aprendieron a encender la tablet y pasar páginas con sus dedos. A la hora de la merienda Fray Alberto decidió lanzar su idea. A partir del día siguiente  las oraciones se harían con la ayuda de la tablet. Entre él y Carlos descargaron en todas ellas una aplicación llamada iBreviary que pulsando en “rezar”, entraba en los rezos del libro de oraciones de ese día. La cena se convirtió en una gran algarabía donde todos, ilusionados, hablaban de sus progresos con la Tablet. ¿Todos? ¡No! Fray Segundo el decano del convento, a punto de cumplir los 93 años, miraba a aquel extraño aparato como si fuera fruto de una extraña alianza del superior con algún enviado del averno. Por la noche, tras la oración de Completas, el superior solicitó la ayuda del novicio para recoger en la capilla todos los libros de oraciones y deshacerse de ellos. Viéndose con la tablet reflejado en un espejo, no supo cómo, le vino a la memoria aquella imagen de la película “Los diez mandamientos” en que se veía a Charlton Heston descendiendo del Sinaí con las tablas de la Ley. Sonrió. Al día siguiente la oración entraría también en la era digital…

             La campana sonó a las 7 h como cada mañana y a las siete y media tenía que empezar el rezo de Laudes, y digo “tenía” porque a las ocho menos cuarto aún estaba alguno que no atinaba con el botón de encendido, otros intentando silenciar músicas extrañas que sonaban sin saber cómo y uno de ellos intentando raspar con un bolígrafo unas manchas de cera que habían caído sobre la pantalla procedente de uno de los cirios. Al fin con la ayuda de aquellos dos aficionados a la informática, a las 8 y diez de la mañana estaban ya todas las tablets, puestas en el saludo del oficio matutino y el rezo comenzó con normalidad, pero no habían llegado a la mitad del primer salmo cuando la iglesia se quedo a oscuras.

-No importa – dijo alguien- podremos seguir leyendo a la luz de las velas.

             Lo que no sabía el interfecto de aquel apagón había apagado también el router y en todas las tablets apareció el mismo mensaje de “error de conexión”. Cierta algarabía con un cierto sabor a amotinamiento apareció en aquel coro. Un problema surgía para el rezo, los libros habían sido enviados a un librero de segunda mano y aquellas tablets no funcionaban, menos mal que Fray Segundo tan sabio como viejo, con su andar cansino se dirigió al armario del fondo y sacando un antiguo y enorme libro que tenía bien custodiado, lo puso sobre el gigantesco atril del centro del coro. Todos los frailes se colocaron frente al libro de letras gigantes y al fin pudieron volver a aquel rezo coral.

             Mientras salmodiaba el superior pensaba que en cuanto terminaran los rezos tendría que ir a la librería a rescatar aquellos libros que habían retirado el día anterior y que quizás todavía no era buen momento para la instauración de la comunidad 2.0. ¿Le devolverían el dinero de las tablets? La que más le preocupaba era que no le devolvieran el de aquella de la que no había forma de quitarle el goterón de cera de la pantalla. 

 

Mis últimas letras

Mis últimas letras

         Yo lo miraba y no me lo terminaba de creer. Mi mente estaba totalmente bloqueada y me resultaba imposible imaginar, ni en la peor de mis pesadillas, una situación tan terrible como la que estaba viviendo.  Miré al frente y pude observar la desesperación en aquel gesto torvo de barba descuidada y surcado de ojeras, mientras empuñaba la pistola con desesperación. ¿Cuánto duraría aquel instante eterno? No tenía ni idea de lo que iba a ocurrir. De pronto, no sé cómo, el agujero del cañón se movió y lo vi frente a mí y a través de la oscuridad del mismo me pareció entrar en el interior de aquella mente.  Quedé quieto y un fuerte estruendo atronó mis oídos, el espejo en el que me estaba reflejando saltó en mil pedazos.

            Todo mi cuerpo se sacudió  por el temblor de aquella vibración y noté cómo empezaba a sudar copiosamente y como si yo mismo hubiera dejado de obedecerme. El cañón se fue girando lentamente de nuevo hasta que el agujero negro del cañón se situó frente a mí.  Ahora no apuntaba a ningún espejo intermedio. Noté como mi dedo índice como automatizado iba empujando lentamente el gatillo hacia atrás. No me preguntéis el por qué pero estoy seguro de que éstas serán mis últimas letras…

Autoedición

Autoedición

    Muchos de los que andamos por este mundo de la blogosfera, leyendo blogs, somos aficionados a la escritura. Esa es la razón por la que quería daros a conocer una herramienta gratuita que se ha creado en Bubok, llamada bubokwriter y permite autoeditarse libros en formato epub.

       Ya es cuestión de animarse, ponerse a escribir y autopublicarse.

Post mortem

Post mortem

Recuerdo que en el primer año de universidad una de las conversaciones habituales con los compañeros que estudiaban en la facultad de Medicina era su inicio en las prácticas de Anatomía y si habían superado con éxito el trance de ver y diseccionar su primer cadáver. Me ha venido esto a la memoria al leer un curioso artículo en el que indicaban que actualmente hay en más de una ocasión quien pretende donar el cuerpo de un difunto a la facultad de Medicina, para ahorrarse los gastos del sepelio, pero no se admiten porque para ello es necesaria la autorización en vida del difunto.

            Según el artículo un cadáver a -4ºC puede aguantar hasta ocho años y cuando más aguanta es cuando se congela que puede durar hasta veinte años, el problema en este último caso es, como ocurre con los alimentos, que si se congela no se puede volver a congelar. Aparte hay un método con el que se sustituye el agua y se realiza una especie de plastificación del cadáver que lo deja como si fuera de silicona y ya dura todo el tiempo que haga falta.

            Imagino que habrá más gente que dona órganos, que las que donan cadáveres para la facultad de medicina, alguien habrá, pero en general a nadie le gusta imaginarse en trozos repartidos por las mesas estudiantiles. Eso sí, supongo que estas prácticas con cadáveres son imprescindibles para que cuando estos aprendices de médicos lleguen a tratar con seres vivos ya hayan practicado bastante y vayan sobre seguro.

 

La fábrica de sueños

La fábrica de sueños

           Las ruedas provocaron un chirrido al rodar sobre el suelo brillante de mármol de aquella gran sala de estar. Había dejado la maleta en la habitación, junto a la cama que le habían asignado. Lo primero que percibió su afilada pituitaria es un olor acre que había en el ambiente, esto debe ser lo que llaman olor a viejo, pensó desde la experiencia de sus ochenta años., mirando a aquel grupo de ancianos y ancianas que vio sentados en aquella sala.

            No había sido un buen día, había llorado cómo hacía tiempo que no lo hacía, cuando se cerró a su espalda el piso en el que había vivido los últimos cincuenta y tres años. Ya no es posible que vivas solo, le había insistido su sobrino, y tenía razón, desde la caída que tuvo y posterior operación no podía dar un paso. Verás como estás bien, le insistía, pero a él se le desdibujaba en su mente los recuerdos vividos entre aquellas paredes, los treinta años transcurridos hasta que enviudó y todos los posteriores que, aunque sólo, había aprendido a despistar a la soledad con la ayuda de aquellas paredes y objetos conocidos. Ahora a todo le había dicho adiós y hoy entraba en aquella silla de ruedas, encorvado más por el pesar que por el peso de los años.

            Torpemente y con esa vergüenza de novato conductor de silla de ruedas buscó la protección de un rincón. Ponte aquí a mi lado, le dijo una mujer sentada en otra silla de ruedas en la que,  en su rostro surcado de arrugas, destacaban dos brillantes ojos azules. Eres nuevo, se te nota, y con esas palabras tan simple se difuminó su sensación de disgusto. Él, en principio, respondió por mera educación y a medida que avanzaba la conversación, porque se sentía a gusto hablando con Lucía, que así le dijo ella que se llamaba.

            No durmió mal aquella noche y al día siguiente le alegró encontrar a la portadora de aquellos ojos en la mesa del desayuno. Acompáñame, le dijo al terminar de desayunar, y rodando aquellas ruedas gigantes ella lo llevó al jardín del exterior.  Allí retomaron la conversación donde la dejaron el día anterior, almorzaron y siguieron con sus palabras buceando en el conocimiento del otro. Ahora estoy más que a gusto, como no recuerdo desde hace años, pensó él cuando las últimas luces del día se ocultaron tras los árboles.

            En aquel momento, casi inadvertidamente, sintió como la mano de Lucía se agarraba a la suya, la percibió cálida y se extrañó de cómo un simple gesto pudiera recorrerle de aquella manera su marchito cuerpo. Se descubrió apretando aquella mano con ternura, no sólo en ese momento, sino a partir de entonces todos los días mientras estaban en el jardín. Y lo que fue más inesperado, sentía como si aquella silla, que lo mantenía postrado, se elevara y entonces viajaba con ella a lugares maravillosos y nunca imaginados y es que, como descubrió, el agarre de aquellas manos arrugadas, que se asían para recuperar la vida que aún latía en él, se les había convertido en una verdadera fábrica de sueños.

23:23

23:23

     Tras un largo día, dejo, sin resistencias, que el cansancio se enrosque a mi cuerpo, lo que impulsa a que mis pies, con sus andares arrastradamente cansinos, trasladen todo mi ser hasta la cama. Dos sacudidas en el aire hacen que mis zapatillas tras una pirueta caigan caprichosamente bajo la silla y el aire frío abraza los dedos de mis pies, sólo un momento, porque rápidamente me introduzco, todo entero, bajo el edredón. Mi primera reacción es sentir las sábanas heladas, pero tras uno instantes logro caldearlas con el calor que desprendo. Saboreo entonces ese goce cotidiano que, tras todo el día, supone el encuentro con esta horizontalidad acolchada del colchón. Me giro sobre el lado derecho y pongo la mano derecha bajo la almohada. Ésta crece en estatura y me permite acomodar mejor mi cara que disfruta de este tacto mullido.

       Apago la luz de la mesa de noche, sacando levemente mi mano. Tiro del edredón hacia mi nariz y dejo un hueco por el que respirar, como si sacara un periscopio. La luz se tiñe de penumbras y parece como si eso acrecentara mi agotamiento que cae a plomo sobre todo mi cuerpo. Mis ojos miran hacia la mesa de noche donde  sólo brillan los números del reloj despertador: 23:23.  Noto como el sueño me va invadiendo y esos números parecen juguetear ante mis ojos. Estoy solo en la cama y una nostalgia solitaria crece dentro de mí sin que pueda controlarla. Esos números me recuerdan a nosotros. El 2 eres tú, con tus formas elásticas y sinuosas, como la gacela de mis sueños, que despiertan y colman mis ansias. El 3 soy yo, ¿es cosa mía? Parece tener algo de barriga, pero lo que asombrosamente más me recuerda a mí son esos brazos estirados, intentando aprehenderte, pero siempre…sin llegar, sin lograr ese objetivo. Y para colmo, esa escena repetida en el segundo 23.  Mis brazos intentan estirarse, hacia ti, hacia donde tú no estás, pero el edredón bien remetido impide que se separen del cuerpo. De pronto, una extraña e invisible niebla invade todo mi cuerpo…

            Un ruido me sobresalta, a través de la oscuridad miro la hora: 07:07

Dos herramientas para escritores

Dos herramientas para escritores

     No sólo son escritores esos personajes afamados, que publican sesudas novelas leídas por muchos lectores. A casi todos los que andamos por la blogosfera nos gusta trenzar palabras y disfrutamos con ellas y comunicándonos a través de frases escritas, somos por tanto escritores.

También en internet se pueden encontrar herramientas que ayudan a la afición literaria, comparto, por si a alguien le interesa:

1) Programa para escribir novelas y ensayos: Ywriter5, un interesante programa para descargar. Vamos escribiendo cada capítulo independientemente, podemos acceder a un esquema, introducir personajes y sus puntos de vista, borrador... y otras herramientas que se van descubriendo a medida que se trabaja con él.   Aunque se descarga en inglés, el lenguaje del programa se puede transformar al castellano. También podemos encontrar un sencillo manual, que nos permite acercarnos a él, dar nuestros primeros pasos y tener una visión global del programa.

2) Programa para rimas. ¿Quién no ha sudado, exprimiendo la mente a la hora de escribir una poesía, buscando palabras con las que hacer rimas? Este problema lo soluciona. Decimos si queremos una rima asonante o consonante, el número de sílabas y por qué comienza...y nos aparecen montones de palabra para usarlas en nuestro poema. De muchas de esas palabras desconoceremos el significado, pero no importa, poniéndonos sobre ellas, nos aparece su significado en el Diccionario de la RAE.

     Dos herramientas interesantes que pueden ayudar a escribir, pero que nunca sustituirán al deseo por la escritura que es algo que brota del interior del escritor.

Trayecto en tren

Trayecto en tren

        Siempre que viajo en tren me envuelve un poco la nostalgia que produce el desplazarme hacia otro lugar donde se despierta mi sensibilidad de una manera muy especial. Y eso que estos trenes son muy diferentes a aquellos de olor rancio, traqueteo continuo y detenciones inauditas en mitad de la nada. Se nota que es época de vacaciones, el tren entra veloz rasgando la estación con el doble de vagones de lo habitual. Voy en uno de los últimos vagones por lo que tengo que recorrer unas decenas de metros por el andén, lamentando que mi maleta además de ruedas no tenga motor.

         Coloco la maleta sobre mi asiento y me acomodo, con una cierta incomodidad, valga la contradicción, porque he sido de los afortunados en viajar frente a otro asiento. Allí se sienta un individuo alto, de cabellos largos por detrás e intermitentes sobre la cabeza, boca cerrada en forma de A y unas estudiadas patillas que adelgazan por la mejilla hasta desaparecer.  Tanto él como yo tenemos que hacer habilidades con las piernas para no estorbarnos mutuamente. No dice nada, sólo mira al frente, mientras yo abro mi libro y leo, mientras me gusta mirar a mi alrededor. No presto atención a la película, la he visto hace poco.

         Cuando miro por la ventana, los olivos parecen perseguirse unos a otros, mientras atravesamos las tierras de Jaén. A mi derecha una pareja madura, ella oronda apoyada en el cristal de la ventana, hace punto sin parar con dos agujas. A él con una gorra cuya visera casi le roza las gafas, le falta un brazo y lee a Stieg Larsson en un libro de bolsillo que apoya contra su pierna izquierda.  Con suma habilidad descansa el libro y saca el móvil del bolsillo para mirar la hora. Interrumpe ella el punto para decirle que quiere una cocacola light y él sumiso deja el libro sobre el asiento para desaparecer hacia el vagón cafetería. Frente a ellos una pareja muy joven, él descansa su cabeza, casi descolgada y de ojos cerrados, sobre el hombro de ella, una chica de rasgos sudamericanos con uñas muy cuidadas de color de moras.

         Sigo leyendo. El tren ralentiza su marcha, miro por la ventana cuando entramos en una Ciudad Real fantasmagórica, casi desaparecida por la niebla. La puerta del vagón se abre continuamente y al fondo la luz roja indica wc ocupado. Una mujer de formas de tan apretadas, estilizada, pasa a mi lado y su perfume nos impregna, Mi vecino gestualiza convirtiendo su boca en A, ahora en U.

           Los primeros edificios de Madrid aparecen tras la ventana y coches, muchos, camino de quién sabe donde. Distingo edificios conocidos y el tren se va rodeando de otros trenes que le hacen como de coro. La velocidad disminuye hasta que el tren se para del todo. Desciendo del tren con mi maleta y de nuevo me doy un obligado paseo de muchos metros hasta llegar a la estación, al menos no llueve. Cuando llego a la parte principal me detengo y me pongo a admirar a las tortugas que hay allí. No corren, están casi estáticas y yo diría que hasta sonrientes…

Lustro más uno

Lustro más uno

        El pasado mes de noviembre se cumplieron ya seis años desde aquel día en que decidí alojar mis letras en este blog. Este rincón comenzó como un lugar en el que posar mi ejercicio cotidiano de escritura.  Desde entonces, acompañando al ánimo inspirativo, he venido escribiendo con mayor o menor regularidad o pereza. He procurado insertar una reseña de todos los libros que he ido leyendo, lo que me ayuda a tener un recordatorio de los mismos y en qué época los leí. Me he obligado a rescatar retazos de mi memoria con los que he revivido algún tiempo más o menos lejano. He aprovechado para colgar dibujos realizados con las líneas que se escapan de mi bolígrafo. Y, por fin, otras veces simplemente he escrito por el puro placer de escribir.

         Durante todo este tiempo, he ido leyendo otros blogs, disfrutando de las letras ajenas o contactando con personas interesantes de la blogosfera. Muchos quedaron en el camino, simplemente un día cambiaron de lugar porque cambiaron de vida o simplemente de ganas de escribir y con ellos se fueron sus letras. Otros desaparecieron ¿para siempre?, y quedaron sus post como símbolos de unas ideas que en aquel momento y quién sabe por qué razones bulleron en su interior. En fin, hay otros que siguen resistiendo, pese a la escasez de tiempo o los cambios cotidianos y siguen regando de flores nuevas sus blogs.

        Los comentarios en los post son bastante escasos, por no decir prácticamente nulos, hubo épocas en que abundaban más, lo que me lleva a dudar, aunque sé que hay gente que entra por aquí, si me leen. Eso no es algo que me desanime, cuando uno vive respira porque sí, no por el hecho de que los otros vean cómo lo hace. Cuando gusta escribir ocurre algo similar, se escribe por puro placer, aunque gusta que los demás lean lo que escribes, tampoco es algo esencial para seguir haciéndolo. Eso, sin embargo, no quiere decir que pueda llegar un día en que estas letras se coloquen las alas y se decidan a volar hacia lugares nuevos o inexplorados.

Una jornada de pesca

Una jornada de pesca

         Sus pies, tras aquellos andares cansinos que había realizado Agustín por toda la playa,  se detuvieron frente a la orilla. Aquel era un buen sitio, se dijo sin palabras. Y dejando los bártulos que llevaba sobre la arena procedió, con esa tranquilidad paciente adquirida en sus largos años embarcado como marinero, a abrir la silla y montar las dos largas cañas de carrete que llevaba. El sol, a punto de esconderse tras el horizonte, había perdido el fulgor del día y teñía la escena de brillos sosegadamente tenues.  Algunas gaviotas se posaban sobre la arena, aprovechando la ausencia de gente.

           Un “buenas tardes”, contestado instantáneamente por él, le interrumpió en su cuidadosa labor de enganchar un camarón en el anzuelo.  Una chica, cómo de unos veinte años, de cara pecosa y pelo rizado observaba sus movimientos de pescador.  La chica dejó sobre la arena su mochila  y se sentó, cerca de él, alternando su mirada entre la placidez vespertina del mar y el ajetreo de cañas y cebos que se traía Agustín. Éste lanzó el aparejo al mar que con un ágil movimiento impactó en el mar, hundiéndose bajo el agua.  Repitió los gestos e hizo un lanzamiento con la segunda caña. Se sentó en la silla acomodando sus maltrechos riñones y alejó su vista a los extremos del sedal, cuando las sombras ya, atenuadas por las luces del paseo marítimo, iban devorando poco a poco la playa. La chica siguió allí, de vez en cuando cambiaba de postura, apoyaba sus brazos en la arena o estiraba las piernas.  El silencio fue invadiendo la escena, sólo roto por el ruido de los carretes en las recogidas y lanzadas de aquellos anzuelos, cuya carnada,  los peces iban engullendo limpia y sucesivamente. Agustín sacó un bocadillo y le hizo un gesto a la chica de si quería, que negó silenciosamente con la cabeza. Hizo una bola con el papel de plata y lo metió en la bolsa de plástico.  Comenzaba a hacer frío y la chica sacando una chaqueta verde del interior de la mochila, se la puso sobre su camiseta. 

          Y en esta monotonía ambiental fue transcurriendo la noche, hasta que poco después de las cinco de la mañana un tirón fuerte de la caña, los sacó de su ensimismamiento. Ambos a un tiempo se pusieron de pie. Agustín agarró la caña y fue recogiendo sedal muy lentamente, mientras escuchaba el  chapoteo del pescado que había atrapado. Cuando lo tuvo entre sus manos, vio que era una mojarra de unos trescientos gramos, escuchó un grito de “bien” a sus espaldas, le quitó el anzuelo y lo dejó en la cesta que gracias a aquel pescado dejaba de estar vacía.  No hubo más sobresaltos, aunque sí alguna cabezada casi imperceptible, hasta que sobre las seis media empezó a amanecer. A la chica debió gustarle  ver como se alargaban sus sombras con aquella luz, porque sacó su móvil para inmortalizar el instante y aprovechó para beber un trago de agua.  Agustín comenzaba a estar cansado, pero aguantó hasta las siete y media en que de la misma manera sosegada en la que vino fue recogiéndolo todo.  La chica lo observaba de vez en cuando. Cuando terminó de recoger fue a decirle adiós a la chica, mientras ésta se levantaba y se sacudía la arena adherida en sus pantalones cuando ésta se le adelantó diciéndole:

-Siempre me ha resultado admirable la paciencia que tienen ustedes los pescadores…

         Él abrió mucho los ojos, con cierta sorpresa, y haciendo un gesto con la cabeza, se dio la vuelta y emprendió despacio el regreso hacia su casa. ¡Hoy almorzaría mojarra!

La nube enamorada

La nube enamorada

    Sucedió en una piscina, miraba yo a un cielo escandalosamente azul, cuando delante de mis ojos apareció una nube rizadamente blanca, pequeña y pizpireta. Se desplazaba, movida suavemente, por un viento que parecía querer darle volteretas. Por un instante aquella nube pareció detenerse ante el vértice de este edificio. ¿Fué cosa mía o me pareció que aquella mata blanca lanzaba, con sus ojos invisibles, guiños de enamorada? Entonces fue cuando saqué esta foto.

A continuación ocurrió algo extraño y de lo que me quedé tan sorprendido que ni siquiera se me ocurrió fotografiar. Aquella nube empezó a deshilacharse sobre sí misma en finos hilos blancos que desaparecieron en pocos instantes, hasta invisibilizarla del todo. Me terminó de convencer que había tenido un gesto postrero de amor diciéndole adiós a su esencia a la vista de aquel seductor vértice.

Amigos para siempre

Amigos para siempre

    Un año más la editorial Hipálage, ha recopilado los microrrelatos seleccionados, de los enviados para un concurso, en los que había que escribir sobre la amistad. El resultado es este ejemplar con este nombre tan atractivo de "Amigos para siempre", que se podrá adquirir en librerías. Entre los relatos seleccionados hay uno del autor de este blog.

Viaje sin destino

Viaje sin destino

      Llevaba mucho tiempo preparando este viaje.  Soñé muchas veces, despierto y dormido, cómo efectuarlo. Dejaría el seguro refugio en el que había posado mis pies hasta entonces para emprender una verdadera aventura, resignándome a ir en solitario. Al fin, me desprendí de todos mis lastres y resolví emprenderlo.  No tenía que preparar ningún equipaje, simplemente decidirme. El día antes, precisamente, empezó a dolerme mucho la cabeza. Eso no podía ser un obstáculo. Después no recuerdo nada, sólo que cuando desperté llevaba puesta una camisa que impedía el movimiento de mis brazos.  Se había iniciado mi viaje hacia la locura…

Palabras dormidas

Palabras dormidas

   Ayer me tropecé por la calle con una antigua compañera de un taller literario, a quien no veía desde hacía varios años. Después de interesarnos por nuestras mutuas vidas, preguntamos al otro si seguía escribiendo. Ella me dijo que ya no escribía y a mí me resonó extraño, que alguien con quien compartía el interés por las letras, se le hubieran deshinchado de tal manera.

   Yo le dije que seguía escribiendo y por un instante me sentí triste de pensar que podía dejar de hacerlo. La compañía de las letras durante tantos años ha hecho que se me conviertan en indispensables. Es como si ellas hubieran tomado aspecto humano. Y así, las palabras se desperezan dentro de mí, toman mil formas inimaginables, me narran historias y dan cuerpo a mi imaginación. Me hablan silenciosamente,me seducen y me atraen irremisiblemente. Y cuando en alguna época piensan que me olvido de ellas sus celos me oprimen y me obligan a acercame a ellas, para curarlas, desparramándolas mimosa y ordenadamente sobre el papel en blanco.

A mi lado

A mi lado

       Cada día permaneces a mi lado, inadvertida, casi reflexiva,  alborotando mi día  con tu silencio. Me muestras tu aspecto lánguido y sinuoso, dejándote acariciar por el aire, revivir por el sol y empaparte con el agua de las nubes. Hay días que ni te miro, que ni siquiera te hago caso. Otros en los que tu lozanía me alegra el ánimo y algunos en los que me apena tu contrita imagen.  Hay épocas en que me olvido de ti y cuando sorprendido, te redescubro, pareces mirarme cómplice aunque no tengas  ojos abiertos.  Sólo te tengo a ti…

            …en la terraza de mi oficina, eres mi única planta. A pesar de que te presto una habitual indiferencia, cuando llega esta época siempre te resurges, te atildas con tus mejores flores amarillas y me regocijas anunciando como heraldo de buenas noticias, que pronto, muy pronto llegará la primavera.

En la balaustrada

En la balaustrada

(Foto de elbúcaro)   

-Siempre me han dicho los viejos de la bandada que las balaustradas son un lugar privilegiado para ligar. ¡Voy a comprobarlo con esta bellezona!

Aromas de ausencia

Aromas de ausencia

            Hay aromas de ausencia en la estación de autobuses, de algunos encuentros pero muchos más adioses, de rincones imbuidos de promesas incumplidas, de efluvios disueltos en el aire, de abrazos que quieren impregnarse del otro y de besos tan apasionados como desesperados.

            Figuras ociosas sobre los sillones de espera, que distraen sus miradas entre el reloj y la nada, acompañadas de maletas y bolsas de distintos formas y colores. Cuando el autobús llega atrae bullicio a su alrededor. Los escalones de la puerta soportan los pies que reviven tras horas estáticos. Los maleteros se abren, las bolsas salen del maletero arrastradas por brazos que van desarrugándose tras tantos kilómetros. Otras entran amontonadas y empujadas hacia dentro como si alimentaran las tripas del autobús.

            Rostros que llegan con cara de no querer haber venido y otros en los que se dibuja la alegría producida por quien les espera. Primeros holas y últimos besos, la puerta cierra y algunos miran hacia fuera como si los hubieran hecho prisioneros. Siempre sale marcha atrás y en pocos minutos aquel andén se tornará tan solitario como un cementerio de madrugada. Una última mirada, antes de que desaparezca de mi vista y por primera vez he aprendido a odiar a un número: al cinco. Es el único número que me ha dado tiempo a ver en la matrícula de ese autobús en que te has marchado de mi lado…