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El búcaro de barro

La ventana

La ventana

No sé desde cuando nos empezamos a saludar, hace ya algunos años, cuando nos cruzábamos al ir a comprar el pan. Su cuerpo menudo, coronado con un cabello blanco, como dicen que es la nieve, que nunca hemos visto por aquí. En su rostro surcado por arrugas y ajado por los años, destacan unos ojos luminosos, que observan con mirada aguda a ambos lados de una nariz ganchuda. Siempre a su lado, su mujer, bajita y oronda, agarrándolo por el brazo, acompañando sus pasos como si de una sombra perenne se tratara y, al cruzarnos, el saludo amigable de buenos días acompañado de una amplia sonrisa.

Un día al verlo tras la ventana de una planta baja, me di cuenta de que vivía muy cerca de donde yo vivo. Cada vez que pasaba por delante de aquella ventana, sentado en la penumbra la habitación, lo veía sentado en un sillón al lado de la ventana, mientras en su figura se reflejaban caprichosamente las imágenes de la televisión encendida. En el sillón de al lado, siempre, su esposa.  Salvo cuando los veía por la calle con aquel paso lento, siempre estaban en aquella sala, en la que se adivinaba esa placidez, sin prisas, que se gana con el transcurrir de los muchos años.

Así pasaron muchos meses, hasta que un día pasé por delante de la ventana y vi aquel sillón vacío, la mujer seguía sentado en el suyo. Me fijé especialmente desde ese día y la ocupación de aquellos sillones permanecía invariable. Días más tardes, me crucé con ella sola más pequeña que nunca, que caminaba muy despacio camino de la panadería y desde entonces ya supe que él nunca más volverá a saludarme por la calle. 

 

1 comentario

Darilea -

Me inundo la tristeza, seguro inició un viaje muy lejos de aquí.
Un beso.
Pd: Todo está bien??