Una mirada nueva
Los últimos chorros de agua caliente huyeron por el desagüe mientras ella estiraba la toalla y salía de la ducha. El contraste con el aire fresco erizó levemente el vello rubio de su piel, se restregó con insistencia de pies a cabeza. Secó sus cabellos que caían como tupidas cortinas sobre su rostro y atisbando a su través vio reflejada su madura desnudez en el espejo. Su cuerpo había cambiado. Las entradas de sus cabellos tintadas de tonos níveos, le avisaban de que debía visitar a su peluquera. Sus pechos rutilantes, en otra época, se abatían en una caída no exenta de cierto sosiego. Sus caderas se habían abierto aforando sus nalgas y su barriga se había abultado como si protegiera a un pizpireto ombligo que intentaba asomarse. Todo el conjunto se sostenía con donosura sobre unas piernas que habían ganado apetitosa turgencia con los años y se levantaban sobre unos pies armoniosamente situados sobre la alfombrilla.
Se contemplaba lánguidamente cuando un pensamiento súbito hizo como si su cuerpo, sin violencia externa, hubiera sufrido la más hábil de las cirugías hermoseándose mágicamente ante su mirada. Se consideró feliz, como nunca, de aquella envoltura con que se presentaba ante el mundo y que había hecho madurar su cuerpo con aquellas formas y manera y es que, constataba, ¡no había nada mejor para sentirse bien que dejarse acariciar por la mirada tierna y, siempre nueva, que él siempre posaba mimosamente sobre ella!
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ana -
Teresa -