La Biblioteca Nacional
Mi primer contacto con la Biblioteca Nacional fue al poco tiempo de llegar a Madrid, en 1984. Tuve varios días, antes de empezar a trabajar, para recorrer sus rincones con mirada curiosa y de paso que renové el DNI y saqué un pasaporte, que cuando me caducó sólo lo había usado para ir a Gibraltar, me saqué también el carnet de lector de la Biblioteca Nacional.
Me impresionaba este enorme edificio del paseo de Recoletos, cuyas tripas estaban rellenas de libros de todas las épocas. En un par de ocasiones disfruté de aquella sala de lectura silenciosa y penumbrosa con aquella lámpara individual que rodeaba de luz viva la mesa frente a la que me sentaba. Durante años no volví, hasta que hace unos años tuve la oportunidad de conocerla por dentro, de ver sus estanterías y de entender cómo funcionaba y, entonces, sí quedé totalmente admirado de la labor de esta institución.
Aunque no ha sido hasta hace unos días en que he descubierto otra de las tareas que desarrolla y que yo desconocía. Hace años, haciendo yo un peculiar estudio me enteré que en 1869 durante la inauguración de un famoso monumento se dijo un discurso que posteriormente fue publicado, pero por mucho que busqué no tuve forma de encontrar ninguna referencia a ese discurso, ni al libro donde se publicó. Consultando el catálogo de la Biblioteca Nacional me enteré de que había un ejemplar de dicho libro, pero durante varios años no se me ocurrió como el poder acceder a él, hasta que me enteré que a través de la página web se podía contactar con la Biblioteca y pedir una copia de ese libro. Me mandaron el presupuesto, hice un ingreso del importe y ya tengo en mis manos una copia de ese libro, del que llevaba tanto tiempo detrás. Es interesante la página y ver todos los servicios en línea que nos puede suministrar a los que somos amantes de los libros.
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Teresa -