La reina descalza
Última novela de Idelfonso Falcones, abogado y escritor barcelonés que se dio a conocer en el mundo de las letras con La Catedral del mar. Nos comienza narrando la historia de Caridad una esclava negra que viaja de Cuba a Cádiz acompañando a su amo. Éste muere durante la travesía y ella desembarca en Cádiz, como mujer libre, pero sin dinero y totalmente perdida pues no tiene ningún sitio a donde ir. Le pagan un pasaje en un barco a Sevilla para que allí se busque la vida. Allí entra en contacto con unos gitanos, con Melchor el patriarca de los Vega, su hija Ana y su nieta Milagros.
Ahí se inicia este extenso relato, situado históricamente a mediados del siglo XVIII, cuando reina en España Fernando VI. Así conoceremos el ambiente sevillano en el que se movían los gitanos, sabremos de sus costumbres, de las disputas entre clanes y de algo tan unido a ellos como es el baile y el cante. Acompañaremos a los distintos personajes a buscarse la vida, en el contrabando, en los trapicheos y en la elaboración del tabaco, donde Caridad por su experiencia es lo mejor que sabe hacer. El cante aparece de una manera fundamental por entre las páginas, Caridad con sus cantos de esclavos que muchas veces le trasportan hacia su vida cubana o Milagros quien llegará a hacerse famosa cantando en Madrid. Pasarán momentos durísimos, una orden real hará que muchos de los gitanos acaben con sus huesos en la cárcel. Conoceremos un concepto del honor tan peculiar que, a veces, sólo lo puede resolver el entrechocar de las navajas. Pero sobre todo es una novela de supervivientes, de gente hundidas por unas malísimas circunstancias pero a los que no le falta la esperanza para seguir luchando y caminando hacia delante.
Novela bien ambientada históricamente. Fácil de leer, aunque en algún momento he notado algunas cosas que se reiteran, que había leído anteriormente.
“Desde la bahía de Cádiz navegaron en cabotaje hasta Sanlúcar de Barrameda, donde la desembocadura del Guadalquivir. Frente a las costas de Chipiona, junto a otras tartanas y charangas, se dispusieron a esperar a la pleamar y vientos propicios para superar la peligrosa barra de Sanlúcar, los temibles bajíos que habían convertido la zona en un cementerio de embarcaciones. Solo cuando coincidían todas las circunstancias precisas para afrontar la barra, los capitanes se atrevían a ello. Luego remontarían el río aprovechando el impulso de la marea que se dejaba sentir hasta las cercanías de Sevilla.
-Se ha dado el caso de naves que han tenido que esperar hasta cien días para cruzar la barra –decía un marinero que departía con un pasajero lujosamente ataviado, quien de inmediato desvió una mirada preocupada hacia Sanlúcar y sus espectaculares marismas, como si suplicase no correr la misma suerte.”
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Ángela -