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El búcaro de barro

Día a día

De Madrid al cielo

De Madrid al cielo

          Hace ya mucho tiempo viví durante cuatro años en Madrid. Siempre me agobió el estrés con el que allí se vive, siempre corría por las calles, sin saber muy bien por qué,  por lo que agradecí volver a la vida de provincias. Desde entonces me gusta volver de vez en cuando, siempre con la seguridad de que llevo en el bolsillo el billete de vuelta, para recorrer sus calles y disfrutar de las muchas posibilidades que tiene. Tras la resaca navideña he pasado allí unos días, he  evocado viejos lugares y conocido otros nuevos. Me gusta admirar, con visión de turista, aquellas cosas diferentes a las de mi cotidianeidad habitual y, en ocasiones, me asombro con ellas.

           El tiempo no ha acompañado demasiado, lluvia y viento frío en una pugna constante con un sol invernal que, a veces, durante algunas horas, conseguía vencer a dichas inclemencias. El domingo llovía bastante, no era agradable el paseo y decidí volver a visitar la Fábrica de  la Moneda. Es curioso hacer el recorrido de la moneda en la historia de la Humanidad y, concretamente, en nuestro país. Se ven monedas viejísimas y otras más recientes que aún tenemos en la memoria, como las ya antiguas pesetas. También se fabrican allí los sellos, hoy casi extintos por ese correo electrónico que ha sustituido al postal., y los boletos de lotería o tarjetas identificativas o sanitarias.

                Pero lo que más me gustó e, incluso, llegó a emocionarme de aquella visita no  fue nada que tuviera que ver con lo allí expuesto. Entrando en la sala de Grecia clásica, se exponían algunas fotos de estatuas griegas acompañando a monedas de la época, acostumbrado a recorrer aquellas salas solitarias, me sorprendió encontrarme con una pareja de ancianos que acompañaban a dos niños, previsiblemente sus nietos, que tendrían ocho y seis años. En el momento en que entré en la sala, la abuela deambulaba, distraída en la contemplación de las monedas, mientras el abuelo, un anciano de alrededor de ochenta años, de voz  cavernosa y firme sostenía un bastón en el aire señalando hacia una de las fotos.  Los nietos con papel y bolígrafo en la mano no  perdían de vista la mano y las palabras de su abuelo:

- Esa escultura que veis ahí, lo debe poner en algún lado, es muy famosa… Aquí lo pone…es el discóbolo de Mirón. Id tomando nota!

Los niños apoyaban el papel en la pared y escribían con caligrafía redondeada y lenta sobre el papel. El abuelo esperaba pacientemente a que tomaran nota y proseguía:

- Esa mujer es una Venus, la de Praxíteles…-y dictaba lentamente para que los niños pudieran anotar tan complicado nombre.

        Y así, sucesivamente, los nietos como aplicados alumnos iban culturizándose y anotando datos en ese papel. Me gustó ver a esos niños con ese papel y bolígrafo tan atentos a su abuelo.

        Puede que, algún día, cuando ya peinen canas, encuentren, en un cajón, ese garabateado papel y entonces, se acuerden de aquel día lejano de lluvia donde el cariño de su abuelo se les manifestó en aquella visita a la Fábrica de la Moneda, en la que ya no olvidaron nunca, una de las obras más importantes de Praxíteles.

Nadie dijo que fuera fácil...

Nadie dijo que fuera fácil...

              Llegamos a este mundo, aunque ya no me acuerdo, sorprendidos ante todo lo que veíamos, con esas caras sonrientes de nuestros padres que nos auguraban que lo que venía tenía que ser bueno. Empezamos a caminar y las caídas subsiguientes nos crearon nuestras primeras cicatrices, pero nada que ver con las que vendrían más tarde. Con esas otras cicatrices que provocaba el no entender a los demás y las primeras soledades. Quisimos hacernos mayores y llegó un momento en que, ¡ilusos!, empezamos a sentirnos “maduros”, incluso nos atrevimos a irnos de casa en esa búsqueda desesperada e incierta de “nosotros mismos”, dejando atrás ese calor del hogar familiar.

                Pero esa búsqueda no iba a ser sencilla. Me acuerdo de las prácticas de Química Orgánica en la facultad, era como hacer una receta de cocina. Cogías la hoja, amarilleada por las salpicaduras de los compuestos químicos, y sólo era cuestión de ir echando los gramos exactos de cada reactivo y calentar el tiempo necesario, salvo algún imprevisto, siempre se obtenía el producto esperado. En cambio en esta búsqueda de nosotros hacia la felicidad nunca hay recetas para alcanzarla y continuamente damos palos de ciego. Lo que es bueno para unos es terriblemente perjudicial para otro. Alimentamos nuestra búsqueda de lo que leemos, de lo que nos dicen o experimentan los otros, pero principalmente de lo que nuestra experiencia y nuestras meteduras de pata nos van indicando y vamos intuyendo, a veces después de muchos golpes.

                Hay esos momentos esenciales de nuestra vida, donde te sientes empujado a tomar una decisión, crees que para ser fiel a ti tienes que tomarla, a pesar de lo que ello puede suponer de dolor previo para ti y los demás, porque piensas que si no te decides, esa infidelidad a ti mismo a la larga perjudicará más a ti y a todos. Este año he tenido que pasar por eso. No ha sido fácil, no es fácil…nadie lo dijo… pero sigo pensando que fue necesaria.

                Eso me hace vivir una Navidad diferente, silenciosa, frugal, alejada de cualquier tipo de bullicio. No digo que sea mejor ni peor, pero es la que tengo y como tal procuro disfrutarla y extraer lo mejor de ella. Estoy seguro que en un rato esto se llenará de “gente”, de todas esas personas a las que quiero y que cada día me ayudan a caminar con su cariño. Mientras tanto, sobre la mesa alumbrando ese silencio tintinea levemente la luz de una vela que me acompaña.

                Sé que no entra mucha gente por aquí, pero si eres uno de ellos, te deseo, de corazón que tengas una feliz y luminosa Navidad!

Vigilando el sueño

Vigilando el sueño

    El dormir es algo imprescindible y un buen sueño nos ayuda a enfocar el día con fuerza y alegría. Muchas veces se convierte en un problema, cuando es dificultoso, intermitente y el insomnio intenta vencerlo. Otras veces es tan necesario como reparador cuando nuestro cuerpo, tras el esfuerzo del día parece arrastrarse hasta la cama, que parece acogernos con sus brazos invisibles. 

      El sueño, en algunos casos, nos obliga a dormir con un ojo "abierto", como cuando cuidamos en la noche a un enfermo o estamos atentos al cuidado de un bebé. Pero está el caso opuesto, un sueño especialmente dulce, cuando nos sentimos relajados y plácidamente nos dejamos introducir en sus fauces. Y, sobre todo, si tenemos a alguien al lado que "vigile" nuestro sueño. En ese caso, a pesar de estar dormido, percibimos como nuestros párpados se impregnan de la ternura de esa mirada ajena, que nos cuida y protege de cualquier posible peligro. Nos podemos abandonar, de una manera especial, a ese descanso sabiéndonos queridos por esa mirada única que nos contempla con mimo y, sin aguantarse, en algunos momentos acaricia nuestro rostro con caricias de seda. 

      Quien cuando duerme tiene a alguien al lado que vigile su sueño, sin duda, que tendrá el más maravilloso de los sueños...y de los despertares!

Química del entusiasmo

Química del entusiasmo

     El otro día viajando en el autobús no me pudo pasar inadvertida la conversación de mi compañera de asiento con dos amigas, que iban en los asientos de detrás. Mi compañera de asiento, una jovencita guapa y morena de poco más de veinte años, entusiasmada, sacó de su bolso un papel con unos números resultantes de una práctica de laboratorio de una cromatografía. Fue describiendo con apasionamiento cómo había realizado la práctica y frente a las risas de sus compañeras que no comprendían tanta ilusión al respecto, defendía a capa y espada su opción por los estudios de Química. Me gustó la defensa que hizo y la emoción en sus palabras, porque evoqué mi  análogo entusiasmo cuando treinta y cinco años antes yo realizaba dichos estudios.

Pensaba que el entusiasmo es tan útil como necesario en la vida cotidiana. Que eso nos permite saborear lo que hacemos, nos ayuda a pasar de manera viva por la vida y no a que la vida pase por nosotros sin dejar huella. El entusiasmo nos ayuda a vivir con plenitud el presente sin nostalgias del pasado o pensando sólo en un ilusorio futuro. Tenemos que estar atento a lo que sentimos y a lo que vivimos a nuestro alrededor para no dejar dormir nuestro ánimo y despertar cada mañana con entusiasmo.

Diez años!

Diez años!

    Diez años ya, que en un lejano mes de noviembre del 2005 empecé a ejercitar mis letras, de manera desordenada, en este blog. En este camino han brotado de mi interior palabras de todos los colores. He narrado retazos de mi vida, ocurrencias y he ido citando, a modo de recordatorio personal, los libros que he ido leyendo. He conocido gente, es@s poc@s que han comentado alguna de mis entradas y con algun@s de ell@s he llegado a tener una verdadera amistad virtual, que unida por las letras, ha hecho que resista el paso del tiempo. Tras ese revolcón personal, que citaba en mi último post, que ha hecho que mi vida gire 180º, llegué a dudar si no sería el final del blog. Pero la llamada de la palabra es irresistible y aquí estoy de nuevo.

La vida sigue...y aquellas olas que agitaron y revolucionaron mi vida, poco a poco, se van calmando, apaciguando... Se mecen con aparente suavidad y espuman en tonos blancos la superficie del mar. Un aparente sosiego a la vista que oculta ar esa resaca viva, activa, que no descansa ni de día ni de noche, que se agita bajo mi superficie. Y dejo con paciencia y sin agobiarme, que el reloj marque sus horas. Permanezco sensible y atento a todo lo que me sucede dentro y a mi alrededor. Pienso mucho, continuamente. Reflexiono sobre mi vida: lo pasado, lo que vivo cada día y me abro a lo que el futuro me traiga... 

Y espero poder seguir compartiendo por aquí ese día a día tan incierto como apasionante...

Tsunami

Tsunami

Durante más de un mes el blog ha permanecido en "silencio", todo lo contrario que yo, como consecuencia de un terrible "tsunami" exterior que me ha afectado y sacudido hasta la última de las células de mi cuerpo y de mis neuronas. Es de esas situaciones que pasan un par de veces en una vida y para la que nunca estamos preparados...ni aunque hubiera pensado, alguna vez, en esa posibilidad. Incluso me lo podía haber imaginado, pero cuando me ha sucedido me ha arrasado totalmente por dentro. Me he sentido perdido en sus olas, dando volteretas que me han hecho perder el equilibrio, el ánimo, la ilusión, la capacidad de leer y escribir e incluso el hambre, durante todo este tiempo.

Llevo casi once años escribiendo en este blog, tampoco creo que lo lea mucha gente, más bien casi nadie, pero nunca he tocado en él temas personales; más bien sólo lo he usado como un lugar para hacer ejercicios de escritura, fotografia o hablar sobre los libros que voy leyendo. Hago esta excepción con este post, quizás porque soy consciente de que toda esta situación me va a influir a partir de ahora. 

A pesar de que todavía me llega alguna ola, tras tanta resaca. Espero, poco a poco, volver a seguir escribiendo, con la esperanza de que una vez que el tsunami se calme totalmente, vuelva a salir el sol y el paisaje que se abra ante mis ojos y dentro de mí, sea mucho más maravilloso del que viví antes de todo este terrible fenómeno.

Sinfonía disonante

Sinfonía disonante

           Siento envidia cuando visito una casa en un lugar silencioso, de esas que al abrir la ventana se pueden oír los trinos de los pájaros. En el lugar en el que vivo cada vez se escucha muchos  ruidos de una amplia gama. Ya no me refiero a esos ruidos habituales de los vecinos: el chorro de las duchas, las micciones o ronquidos que atraviesan las paredes, que semejan ser de papel y a los que los años me tienen ya acostumbrado, sino  a esos otros sones más estridentes y que día a día invade el ambiente en las proximidades. Entre otros podría citar unos vecinos cantantes de ópera que desde la casa de al lado, ensayan escalas hasta alturas inverosímiles. El vecino de la casa de enfrente que tiene una moto contemporánea de las usadas durante la segunda guerra mundial y que mientras busca las llaves del garaje, ¿por qué las lleva tan escondidas?, nos tortura con un largo poooff-pofff de un motor que no se calla. El jardinero del jardín de otra casa próxima, pone el corta césped, a las cuatro de la tarde, cuando el vecindario intenta dar una cabezada. ¿Él nunca duerme siesta? ¿Nunca se le ha ocurrido venir a trabajar por la mañana? El taxista que llega con una vecina en silla de ruedas, aparca frente a mi ventana y los familiares no están para recogerla. ¡No hay problema! La bocina del taxi reiterativa e insistente consigue que, al cabo de un rato, los familiares vengan a recoger a la señora. Los camiones de la basura que paran en la esquina a vaciar los contenedores, llenando el aire de sonidos metálicos. Un joven dos casas más allá rasguea la guitarra con la torpeza y testarudez del que está empezando un instrumento. Y por fin, están los que se despiden en la puerta de mi casa, como si temieran la larga ausencia de los amigos, hasta el día siguiente, y sin importarles que sean las dos de la mañana, se cuentan historias, se ríen o simplemente hablan en un tono de voz que hiere de muerte al silencio.

         Dicen que si no puedes vencer al enemigo, únete a él. Hace unos días, no sé ni cómo ni por qué, se me ocurrió la idea de aprender a tocar la armónica. Aquí está una foto de ella. Y desde entonces,  me dedico a intentar aprenderla. Debo reconocer que ahora el ruido me molesta menos, porque añadidos a las escalas de ópera, el pofpof, la bocina, la guitarra, la basura o los gritos, los sones de mi armónica, no exentos todavía de una cierta torpeza, dan el contrapunto necesario para lograr, en este rincón de la calle, una sinfonía de lo más disonante.

La última mirada

La última mirada

      Ella se detiene mirando frente al mar. Su última mirada en mucho tiempo, antes de recoger con pereza la silla de playa y doblarla en esa postura en la que se llevará meses, arrumbada en un rincón polvoriento del garaje. Deja su vista reposar sobre la superficie, por encima de ese oleaje leve que hoy parece despedirla. Su piel desnuda, sólo la cubre una leve tela, se deja acariciar por la brisa de este último día de vacaciones y nota como sus poros se abren, intentando absorber esa multitud de sensaciones vividas, que, mezcladas en desorden en los surcos de la memoria,ya forman parte del pasado reciente. Viene a su cabeza, la ingravidez vivida sobre las olas, la contemplación de las estrellas fugaces en las noches de agosto, el silencio reiterativo del despertador, sus despertares con el sol entrando por la ventana, los paseos al atardecer frente a un cielo de mil colores, los mil sabores del chiringuito y sobre todo esos retazos de vida que nunca han de volver.

      Aprieta los párpados, como queriendo retener todo esto, y cuando los abre sus pestañas se han humedecido, no sabe si por la nostalgia o por ese apretón de sus párpados. Se gira de pronto. No, no quiere despedirse y lentamente, hoyando la arena con sus pies descalzos, inicia su regreso hacia el paseo marítimo, hacia el hotel, hacia su vida de todos los días. A partir de ahora la cotidianeidad con sus tonos, habitualmente grises, se encargará de recordarle que la verdadera vida no es la de las vacaciones. 

       Mientras se aleja ella sonríe, no falta tanto tiempo para volver aquí y envolverse con ese vestido de olas azules, que tan bien le sienta.. A lo lejos, con un rumor cada vez más lejano, el sonido de las olas parece darle la razón.

 

Regreso...

Regreso...

      El sol intentaba despertar tímidamente cuando llegué a la puerta. El silencio que envolvía todos los alrededores sólo se quebró por el sonido metálico de mi llavero. Después de tanto tiempo tuve que escarbar entre las llaves para encontrar la adecuada y tras un leve click la  puerta se abrió con un cierto esfuerzo. Las escaleras veladas por esa luz tenue se alzaban enhiestas delante de mí. Subí los escalones de dos en dos y aquel entorno que creía casi olvidado, me resultó muy conocido. Abría las puertas a mi paso con cierta pereza hasta llegar a aquel despacho. El resplandor de la luz fluorescente al encenderse alumbró todos sus rincones y la gran mesa con su forma abierta semejaba una gran boca que quisiera devorarme. El reloj estaba parado hacía tres semanas y nadie se había preocupado de cambiar la pila. En el balcón la planta anhidra, pidiendo agua. Papeles amarillos que como fanales de auxilio salpican la mesa, en la que montañas de papeles de distinta altura parecían haber surgido del tablero.

      Me senté en el sillón, rebusqué las contraseñas que tenía ya olvidadas y conseguí entrar en el ordenador. Me remangué unas mangas invisibles y decidí que ya era hora de empezar a trabajar y mentalizarme: ¡habían terminado mis vacaciones! 

Visita al museo de Hergé

Visita al museo de Hergé

           Aunque resulte paradójico, mi iniciación a la lectura fue a través de unos dibujos, la de las aventuras de Tintin. Esas Bandes dessinées, como le dicen los belgas a los comics, de línea clara, magistralmente realizadas por Hergé. Mis escasas posibilidades económicas me imponía que sólo me pudiera comprar uno o dos de aquellos libros por año, lo que hacía que lo releyera tantas veces que me llegué a aprender cada viñeta, cada gesto de Tintin y su peculiar elenco de compañeros de peripecias. Con ellos viajé al Tibet, recorrí las selvas del Congo y las ciudades chinas, conocí América y Sildavia e incluso llegué a la Luna antes de que la pisara Amstrong.

Enamorado, desde entonces, de este extraño periodista que nunca escribió ningún artículo, no es raro de que cuando me enteré de que habían abierto el museo de Hergé, cerca de Bruselas, a pesar de que me separan 2173 km, decidiera que algún día tendría que ir a visitarlo. Al fin, este año lo he conseguido y por si alguien le interesa le diré cómo hacerlo tras la exhaustiva preparación que hice por internet.

Hay excursiones organizadas en español, pero si no coincide el día, como me pasó a mí, la forma de ir es en tren. Una vez en Bruselas, salimos temprano hacia la estación Central. No parece una estación de ferrocarril, por lo que no nos dimos cuenta que estábamos hasta que entramos por la puerta. En la estación es complicado encontrar cualquier punto de información. Las taquillas están situadas en la parte de arriba de la escalera. Hay que sacar billete  hacia Louvaine-Laneuve-Université y decir que se quiere de ida y vuelta (aller-retour). El billete tiene un precio de 10,60 euros. Desde Bruselas a esa estación hay trenes continuos cada 45 o 60 minutos, pero hay que tener cuidado que sea un tren directo. Algunos terminan en el pueblo anterior, Ottignies, y hay que trasbordar para una sola parada. El tren que cogí salió de Bruselas a las 9:25. El paisaje feo aparte de que el día estaba lluvioso. Llegamos a la estación de Louvaine-Laneuve-Université, a las 10:20. Muy buena hora porque el museo abría a las 10:30 y está como a 8 minutos de la estación.

Aquella parada de tren corresponde la de la Universidad Católica de Lovaina, alrededor se ven edificios universitarios. El único problema era la lluvia que caía acompañada de mucho viento. Menos mal que había algunos soportales, en los que hay restaurantes, comercios, librerías…y permiten resguardarte de la lluvia. Pero el museo está situado en un sitio desprovisto de soportales y aquellos escasos minutos hicieron que llegáramos chorreando al edificio moderno que alberga el legado de Hergé.

La entrada al museo es de 9,50 euros, incluye audioguía en distintos idiomas, incluido el castellano. Me pareció mágico después de tantos años haber llegado allí. No permiten hacer foto salvo en la galería de comunicación, una pena, porque me hubiera gustado llevarme muchos recuerdos visuales de la visita. El museo tiene unos 3600 metros cuadrados distribuidos en tres plantas y ocho salas. Allí se puede acercar uno a la figura de Hergé e ir viendo toda su evolución creativa. Descubrir bocetos, viejas ediciones, libros en distintos idiomas y objetos variados relacionados con el mundo de Tintin lo que hace las delicias de los tintinólogos, una especie que se extiende por todo el mundo. Algo negativo hay una habitación llena de libros de Tintin en distintos y extrañísimos idiomas, pero ninguno en castellano... Si queréis podéis entrar en la página web del museo para tener más información.

A la salida pasamos por la tienda. Muchas figuras tras las que se me iban los ojos y algunos recuerdos salieron de allí en mi bolsa. Que por cierto, la chica de allí un tanto desagradable, porque al pedirle otra bolsa de papel que tiene el dibujo de Tintín. Me dijo que no, que sólo una por cliente que si no todos pedirían otra. Insistí y le dije que el anterior a mí se había llevado dos bolsas y con muy mala gana me “soltó” otra bolsa.

Seguía lloviendo a la salida, reposición de fuerzas en un restaurante español que hay allí y con el mismo billete a la estación donde salió un tren a las 13:41 que llegó a Bruselas a las 14:35.

En cuanto a si vale la pena…por un lado sí, pero por otro no. Tal vez con un día soleado lo hubiera visto de otra manera.  Me resultó casi más interesante la visita al Centro Belga de la Bande Dessiné, donde hay una gran variedad de comics ese arte que en Belga ha tenido históricamente tanta importancia. Incluso a objetos y recuerdos de Tintin, se encuentran más que en el museo en Bruselas, en una tienda de Tintin que está junto a la Grande Place o en París en alguna de las tiendas de comic que están en la rue Dante. 

Cita anual

Cita anual

Cada mes de febrero espero ansioso esta cita anual. En mi oficina, este mundo de expedientes, papeles y sellos azules, fuera al otro lado de las cortinas y el cristal del balcón durante todo el año late la vida de mi planta. A lo largo de las estaciones como una dama coqueta le crecen sus tallos, sus hojas carnosas unas veces verdean y otras adornan sus extremos con elegantes tonos lilas. Hay veces que su  aspecto, moderadamente mustio, denota alguna carencia, ¿será de agua? ¿exceso de viento? ¿o tal vez simplemente necesita que le hagan más caso?

En estas fechas la noto eufórica, parece como si los temporales, las fuertes ráfagas de aire o el frío inclemente, ayudaran a sacarle lo mejor de sí misma. Brotan tallitos jóvenes y minúsculos de sus ramas y, al fin, hoy esos tallitos se abrieron dejando al descubierto unas lindas flores amarillas. A mí me encantan estas flores madrugadoras, incluso más que las de los cerezos, que naciendo en la época climatológicamente más adversa del año, anuncian esperanzadamente la ya pronta y esperada llegada de la primavera.  Probablemente hay otras muchas más hermosas y elegantes, pero el hecho de que esta sea única debe ser el motivo por el que me tiene seducido.

 

Bye Noviembre

Bye Noviembre

    Noviembre termina. Ha sucedido casi de puntillas y el calendario lo ha atravesado como una mera transición al jolgorio prenavideño.  Los árboles tras amarillear de melancolía se desprendieron de sus hojas para alfombrar el campo y convertir los paseos en una sinfonía de crujidos bajo el paso de nuestras suelas. Paseos entre troncos de ramas desnudas, con el viento frío haciéndonos conscientes de puro frí de nuestra cara y manos.

     Este mes agita el aire como a un visillo oscilante,  a través del cual, día a día, se va disolviendo lentamente, resistiéndose, la luz cegadora del verano. Aromas con rumor a nostalgia infantil pueblan el aire. Nostalgia a aquellos años en que, llegada esta época, nuestras piernas menudas desaparecían bajo la tela gruesa, casi incómoda, de los pantalones largos. Días cortos, noches eternamente largas en torno a una mesa camilla, caldeada por el brasero eléctrico, en la que, sin darnos cuenta, íbamos creciendo y desprendiéndonos de las ilusiones que nos ayudaban a mantener la ingenuidad.

      Cielos grises que azuzan la melancolía en un cuerpo vestido con una piel en la que vamos descubriendo nuevas arrugas, que queremos creer que son surcos de madurez. Se aproxima el  invierno y todo lo que nos rodea nos habla de ello. Aumenta la oscuridad y adelgaza ese grueso calendario con que iniciamos el año.   Pero llegará un día, la experiencia nos dice que será así, en que poco a poco la luz se desperezará y cubriendo casi pudorosamente las ramas, asomen los primeros brotes de la primavera

De reconocimiento médico

De reconocimiento médico

                 Una vez al año acudo al reconocimiento médico de empresa y hoy ha sido ese día. Tuve que madrugar más de la cuenta y coger el autobús, porque me supone desplazarme unos cincuenta kilómetros hasta donde está el Centro Médico.  La hora es tan tempranera que puedo disfrutar del espectáculo, siempre hermoso, del amanecer a través de la ventana. Llego justo cuando están abriendo la puerta y en pocos minutos un enfermero de aspecto circunspecto me da un pinchazo en el brazo, que apenas noto, para extraerme sangre.

                A continuación entra la enfermera para decirme que me vaya quitando la camisa y me tumbe en la camilla para hacerme un electrocardiograma. Me tumbo en la camilla y como suele ser habitual, debido a mi altura, los pies quedan colgando.  Me coloca ventosas sobre mi pecho, conecta los cables y, tras impregnarlos con alcohol, pinzas sobre mis muñecas y tobillos. Le da al botón y veo que empieza  a poner cara rara, dice que hay unas interferencias en mis extremidades. Repite la medida y vuelve a ocurrir lo mismo. Le digo que eso mismo me ha pasado en los electros de los últimos cuatro años lo que parece tranquilizarla, recorta el papel para dárselo al médico.  A continuación quitarme los zapatos y subirme al peso para peso y medida. Teóricamente, para tomarme la altura, ella tenía que bajar hasta abajo el aparato de medida para que estuviera sobre mi cabeza, pero como no le daba la altura tuve que ser yo quien me lo colocara. Luego una espirometría. Nunca he entendido esto de coger aire con una pinza en la nariz, soplar y encima me entra tos con lo que casi me atraganto. Me visto, al fin, y me voy a desayunar.

                Al rato vuelvo al reconocimiento con el médico. Llega ese momento malo en que te dice que has engordado respecto al año pasado, con un cierto sonrojo por su parte, cuando desde lo alto de su oronda barriga dice que no es el más indicado para criticarlo.  Dobleces de cuellos y extremidades, ejercicios con los ojos, audiometría… Me dice que me quite la camisa para auscultarme, luego que me quite los pantalones y los zapatos y me tumbe en la camilla. Sigue su exploración hasta que me dice que puedo vestir. Me mandará el resultado de los análisis.

                Tengo tiempo hasta la siguiente consulta, la del urólogo y me llego a ver a mis compañeros que trabajan en esta ciudad. Saludo a un ATS que trabaja allí y le comento lo del electro y las interferencias. Te voy a hacer uno, me dice, quítate la camisa. Otra vez sobre una camilla: cables y pinzas. Y en cuanto empieza a hacerlo, me dice que, efectivamente, están saliendo unas interferencias sobre el papel. Ahora en vez de alcohol, me impregna con un gel, repite prueba y ocurre lo mismo. Es la primera vez que veo esto, me dice, enséñaselo al médico a ver que te dice, aunque seguramente te dirá que te lo hace él. Me visto y voy a ver al médico a su despacho y desconfiando del electro, efectivamente, me dice que me lo hace él. De nuevo, me quito la camisa (he perdido la cuenta de cuántas veces van) y me tiendo sobre la camilla. Pinzas y cables de nuevo, botón del electro e interferencias que vuelven a salir. Me dice que me relaje, estoy muy relajado a pesar de tanta repetición, que me saque las llaves del coche, cosa difícil por haber venido en el autobús, que me quite las gafas, que me quite el reloj, el cinturón y que me descalce (parece que voy a pasar el control de seguridad de un aeropuerto). Otra vez al botón y siguen saliendo esas interferencias. Al final se le ocurre que eso de que mis pies estén colgando de la camilla, puede ser la causa, como la camilla no se puede estirar, soy yo el que tengo que subirme aunque la cabeza se me salga un poco por arriba y parece que las interferencias ahora se reducen, por lo que parece que la probable causa era la leve tensión muscular de los tobillos colgando en el aire. Me vuelvo a vestir y con mi flamante electro me despido de mis compañeros para volver al centro médico para la consulta del urólogo.

                Me saluda efusivamente y me lleva a sala de exploración. Me dice que me baje los pantalones, me siento en una silla extraña y con un extraño mecanismo me levanta las piernas hacia arriba. Me pringa toda la barriga con un líquido pringoso y empieza a manejar el ecógrafo para observar mis riñones. En la pared, frente a mis ojos hay una televisión que yo pensaba que podría ser para distraerse uno, mientras el médico se dedicaba a lo suyo, hasta que me dijo, observa que bien está el riñón. Yo veía unas sombras con distintos grises y me asombraba de la capacidad visual del especialista. Terminados los riñones, vino algo peor, ahora me dice que me baje pantalones y calzoncillos y me vuelve a pringar con ese líquido pegajoso, que ahora además noto que está helado y otro rato de observación ecográfica por lugares tan íntimos mientras yo sólo sigo viendo sombras en la televisión. Todo bien…ufff! Qué alivio! Deshace el mecanismo y me puedo bajar de la silla pero antes de que me dé tiempo a inspirar con tranquilidad me advierte que no me suba los pantalones y me dé la vuelta. No te preocupes que es con lubricante. Cierro los ojos y no pienso en nada, aguantando la respiración durante varios minutos, hasta que me dice: todo perfecto! Puedes vestirte. Ahora sí que poco a poco, recupero la respiración con sincero alivio. Me visto y nos despedimos.

                Salgo corriendo porque el autobús está a punto de salir en diez minutos, llego sudando a pesar del frío, compro el billete y me siento en el asiento. Como un reflejo me palpo el pantalón a ver si tengo puesto el cinturón o me lo he dejado en cualquiera de los múltiples sitios por los que he pasado. Lo tengo puesto!  Mientras miro por la ventanilla, pienso que prefiero mucho más un día normal de trabajo a ese ajetreo médico de días como el de hoy.

A tu sombra

A tu sombra

    Me gusta verte por la mañana cuando te desperezas hacia ese cielo rasgado por las líneas del amanecer. Tu figura de proporciones ampulosas destaca en medio de las otras. Me detengo delante de ti como si me observaras con tu porte silencioso. A continuación dirijo mi mirada a tus limones de líneas esféricamente hermosas, colgados con movimiento pendular en el aire. El sol brilla con más fuerza y les arranca hermosos y brillantes colores.

    Como si tuvieras alas invisibles me coloco al acogedor cobijo de sus sombras y pienso, cuánto me anima encontrarme contigo, querido limonero, cada día en el jardín, antes de atravesar la puerta de entrada a mi oficina.

El otoño llama a la puerta

El otoño llama a la puerta

              De manera casi imperceptible, aunque no tanto como la primavera que siempre llega sin que nadie sepa cómo ha sido, el otoño llama a la puerta y, sin pedir permiso, inicia su andadura.  Dejamos atrás un verano lleno de días inacabables y calores sofocantes y que probablemente no fue como ilusionábamos. Los relojes recobran esa importancia que el estío dejó de darles y todo aquello que quedó pendiente y creímos olvidar asoma de nuevo sus largas orejas.

          El paisaje coge visos de madurez. Los colores gritones se troquelan en matices tenues, acogedores, mientras se preparan las chimeneas para el acompañado crepitar de las brasas. Las telas se alargan y engordan y los cuerpos, tan descaradamente exhibidos, se encogen sobre sí mismo o se acercan con una mayor apetencia a la acogida de ese abrazo cercano.

                Las nubes asoman con tonos cada vez más oscuros y caracolean en el cielo, hasta engullir los últimos ribetes de azul. Se convierten en una extensa bóveda gris que descarga agua en una tierra anhidra y ávida de humedad. El gorjeo desquiciado de las estaciones anteriores es sustituida por un piar trémulo de esas aves más resistentes y que no huyen a otras tierras. El paisaje se viste con sus mejores galas, cargándose de tonos ocres y amarillos y alfombrando los paseos de una alfombra interminable de hojas que crujen al pasar.

Siempre me ha gustado el otoño, esos días teñidos de pura nostalgia e incluso la visión que refleja de la naturaleza me parece más nítida. No sé si es cuestión emocional, de ánimo o simplemente de que me acabo de cambiar la graduación de mis gafas.

Au revoir, mes vacances

Au revoir, mes vacances

          Sólo son ya un recuerdo. Un ayer reciente. Un período siempre tan esperado como, en ocasiones, frustrante.  Necesitaba descansar, olvidar las preocupaciones laborales y la esclavitud del reloj, aunque me quede la duda de qué es lo verdaderamente relajante. ¿Es viajar a sitios lejanos y exóticos? ¿Quizás el intentar hacer esas cosas para las que no tenemos habitualmente tiempo y que finalmente quedan sin hacerse? ¿O tal vez acallar simplemente ese gorjeo interno de preocupaciones, sustituyéndolo por el rumor arrítmico y siempre diferente de las olas del mar? Probablemente  tiene mucho que ver con seguir a la captura, de una manera más fácil, de esos instantes luminosos que, a lo largo del día,  nos hacen sentirnos felices.

           Finalmente pasaron de largo y mejor es no hacer el balance, pues nunca son como habríamos deseado, en parte por nosotros y en parte por las circunstancias.  Y quedan dentro esas sensaciones de remoloneos en la cama, cervezas en chiringuito, paseos por la playa, paisajes diferentes, buena compañía y horas de lectura.  El lector de libros electrónicos ha sido como una tabla de surf que durante horas me acompañaba. Con él he vivido historias impensables, recorrido paisajes maravillosos y conocido tanto a feroces asesinos como a seductores protagonistas. He surfeado sobre las olas de la fantasía disfrutándolas y sintiéndolas bajo mis pies.  Y todas esas sensaciones ya  pasadas se acumulan en desorden con aquellas otras de vacaciones lejanas que el tiempo las ha tintado en sepia y de nostalgia.

                Entro en la oficina, aparentemente está como siempre. Aún recuerdo la contraseña del pc, le doy al intro y se abre el programa de correos….como una catarata asoman todos los correos no leídos y se desparraman en fuertes remolinos rompiendo en mil pedazos los últimos restos de la tabla de surf. En media hora, todo lo pasado será un mero recuerdo.  Las viejas historias, aparentemente dormidas, comenzarán a brotar. El teléfono comienza a sonar y le diré a mi interlocutor lo que dijo aquel agustino en las aulas de la Universidad de Salamanca: Cómo decíamos ayer…

 

Ascensum

Ascensum

         La primera vez que escuché hablar de la fachada de la Universidad de Salamanca fue con 13 años, cuando mi profesor de historia, decía que era la mayor joya del plateresco, llamado así porque en la fachada se imitaba el arte de los plateros. No sabía yo entonces lo que era un platero pero mirando la foto que traía mi libro me gustó aquella fachada.

            Años después en una fría noche de abril de 1977, visité Salamanca por primera vez y unos amigos me guiaron por aquellas callejuelas, que a mí me parecían sacadas de otra época. Tras entrar por la calle de los Libreros, de pronto me sorprendieron haciéndome girar la vista  a la izquierda y,  abriéndose la calle a una plaza, el patio de Escuelas, contemplé ante mí, maquillada por la luz de la luna, la magnífica fachada de la Universidad. Me situé junto a la estatua de Fray Luis y me quedé un rato mirando aquel mosaico de variadas imágenes, intentando aguzar la vista para ver aquella extraña rana que decía que había en aquella fachada y cuya visión, decían que, era imprescindible si se pretendía aprobar la carrera.

            Muchas veces visité después aquel entorno mágico y cambiante a la vez, a quien la luz del día y el transcurrir de las estaciones mutaban el color y su aspecto. Sin duda, me quedo con esas horas del atardecer, en que los rayos del sol, que se oculta al otro lado del río, revisten de un tono dorado imposible de igualar para cualquier paleta de colores.

            De ella decía Unamuno: “Eso sí, la fachada se abre a un patio exterior que es un encanto y un consuelo. Luego que ha cesado el vocerío estudiantil, cuando están cerradas y mudas las aulas, en horas o en días de vacación, sobre todo en las tardes lentas del verano, ese patio de las Escuelas Menores, con su broncíneo Fray Luis de León en el centro, sobre su pedestal, con un eterno gesto de apaciguamiento, es algo que habla al alma de lo eterno y lo permanente. No doy por nada del mundo ese patio, henchido en su silencio de rumores seculares, ese patio sin ruido de tranvías ni de ferrocarriles ni de vana agitación humana.”

            No es extraño pues, que dada mi admiración por tan inmensa fachada en mi reciente viaje a Salamanca estuviera deseando subir al Ascensum. Es una plataforma colocada que asciende por la fachada, con motivo de la próxima restauración, y que permite contemplarla de tú a tú, con una perspectiva y cercanía de las que nunca he tenido oportunidad. Podremos detenernos frente a esas figuras que siempre vimos tan altas y tan lejanas, descubrir sus detalles, admirar la habilidad de aquellos canteros e incluso sacar una foto de la rana, con esta perspectiva, que de otra manera hubiera sido imposible. 

            Quedan pocos días, el 14 de octubre termina Ascensum, es una ocasión única que si se tiene la oportunidad debería aprovecharse, con lo que se convertirá esa experiencia en inolvidable.


Muriel Cerf y otras cosas

Muriel Cerf y otras cosas

     Leyendo el Blablablog de la escritora francesa Katherine Pancol, autora de "Los ojos amarillos de los cocodrilos", me entero del reciente fallecimiento de otra escritora francesa: Muriel Cerf. Esta escritora nacida en 1950, tras terminar sus estudios, recorrió el mundo tras las huellas de los hippies: Calcuta, Nepal, Bangkok... Su viaje por Asia le inspira su primer libro "L’Antivoyage" en 1974, saludado por la crítica como una revelación. Ha publicado más de una treintena de novelas. Participó como escritora en la películar "La naissance de l’amour", del que he encontrado unas curiosas imágenes, muy evocadoras, rodadas en Cádiz,que han hecho que me apetezca ver esta película. La película es de 1993, un año en que la palabra crisis sólo salía en los diccionarios y yo ni siquiera imaginaba la crisis de los cuarenta...

Barcelona

Barcelona

      Aprovechando la feria de aquí, hemos viajado a conocer Barcelona. Me ha gustado el pasear por sus calles y avenidas a pesar de que en algunas costaba dar un paso. Me he detenido en rincones coquetos y sorprendido en dulces museos...hasta de xocolata. He disfrutado de sus paisajes, sus edificios de curvas imposibles y de los rayos luminosos que tras atravesar las coloridas vidrieras acariciaban las centenarias piedras de sus iglesias. He pasado calor, el viento frío azotó mi cara y me he mojado bajo la lluvia. Siempre es bueno el ampliar horizontes, contactar con gente distintas y descubrir que el mundo se extiende más allá de la estrechez de nuestros habituales ejes de referencia.

Además tuve la oportunidad de en una calle tropezarme, reconocer y saludar a Angela Becerra, una de las escritoras que más me gusta y de la que he leído cuatro de sus libros: De los amores negados, Lo que le falta al tiempo, El penúltimo sueño y Ella que todo lo tuvo. Fue uno de los bonitos regalos de este viaje.

Esa cierta edad...

Esa cierta edad...

    Hay veces en que me noto en esa cierta edad, otras, más extrañamente, en que me veo  tan joven, que todavía me falta tiempo para llegar a ella, sin embargo mi fecha de nacimiento aparece invariable en mi carnet de identidad.¿De qué dependerá esa discrepancia de sensaciones?